FILOMENO, A SU PESAR
Llegó, por fin, a su casa, entonando un íntimo ¡Aleluya!. Su bien amado rincón del mundo estaba tal cual lo dejó, tiró su mochila en una esquina, se sacó los zapatos y se dejó caer en su sofá, bendito sofá, con los brazos abiertos. Totalmente derrotado, su cara adopta, sin saberlo, la mirada de las mil yardas. Perdido su foco