Skip to content Skip to footer

Los Palillos del Poder: Cuando el dragón se Come su Propia Cola. Un ensayo sobre China

Los Palillos del Poder: Cuando el dragón se Come su Propia Cola.

Ensayo sobre la incapacidad disruptiva de una sociedad que cambió la filosofía por la obediencia

 

Hay algo profundamente simbólico en observar a una sociedad de 1.400 millones de personas manipulando granos de arroz con dos varitas de madera mientras pretende liderar el siglo XXI. No es que tenga nada contra los palillos —son, sin duda, una solución elegante para un problema específico—, pero resulta curioso que una civilización que se jacta de haber inventado la pólvora, la brújula y el papel, haya decidido mantener durante milenios el método más ineficiente conocido para llevarse la comida a la boca. Es como si hubieran decidido, colectivamente, que la innovación está bien para conquistar el mundo, pero que tocar los fideos con un tenedor sería una traición imperdonable a sus ancestros.

Claro que los ancestros, hay que decirlo, ya no están muy de moda en China.

 

La Gran Revolución del Borrón y Cuenta Nueva. El por qué.

Entre 1966 y 1976, Mao Zedong orquestó lo que oficialmente se llamó la «Gran Revolución Cultural Proletaria», pero que en términos prácticos fue el mayor acto de vandalismo cultural de la historia moderna. Con la eficiencia que caracteriza a los regímenes totalitarios cuando se trata de destruir cosas bonitas, los Guardias Rojos —adolescentes armados con fervor ideológico y una notable falta de perspectiva histórica— se dedicaron a pulverizar sistemáticamente todo lo que oliera a «viejo»: templos, libros, reliquias, y de paso, a cualquier intelectual que tuviera la mala suerte de leer más allá del «Pequeño Libro Rojo».

El resultado fue espectacular en su devastación: una civilización de cinco mil años se despertó una mañana habiendo perdido la memoria colectiva. Millones de libros convertidos en ceniza, templos milenarios reducidos a escombros, y una generación entera que creció pensando que la historia de China comenzaba con un tipo que se negaba a lavarse los dientes porque «los tigres no lo hacen», pero que tenía opiniones muy firmes sobre cómo debían vivir los demás.*

Las consecuencias de esta amnesia cultural autoprovocada se pueden medir en detalles que van de lo tragicómico a lo directamente patético. Durante una visita a un templo budista —uno de los pocos que sobrevivió al fervor destructivo de los años sesenta—, Sabrina, nuestra amiga y guía, nos señaló con evidente orgullo: «Este templo tiene más de 300 años». Trescientos años. En un país con cinco milenios de historia ininterrumpida, presumir de un edificio de tres siglos es como un bibliotecario presumiendo de tener un libro del año pasado. Era la demostración perfecta de cómo una civilización puede llegar a impresionarse con los restos de su propia destrucción. (ver: https://asientopara2.com/china-no-es-pais-para-viejos/)

Lo irónico es que esta amnesia cultural autoprovocada se vendió como un «renacimiento». Es como si alguien decidiera quemar su biblioteca personal para tener más espacio para los manuales de instrucciones del microondas.

El Arte de la Obediencia Perfeccionada

Hoy, en 2025, China ha perfeccionado lo que podríamos llamar el «autoritarismo eficiente». Xi Jinping ha logrado algo que habría hecho suspirar de envidia a cualquier emperador: una población que no solo obedece, sino que obedece con entusiasmo, convencida de que la obediencia es virtud y la disidencia, patología.

El nivel de esta obediencia se puede medir en detalles aparentemente triviales pero profundamente reveladores. Durante nuestro viaje por China, cada intento de repostar las motos se convertía en un teatro del absurdo que habría hecho las delicias de Kafka: el empleado de la gasolinera, con esa seriedad imperturbable que solo poseen los funcionarios más devotos del manual, nos exigía solemnemente conectar una toma de tierra antes de dignarse a abrir el surtidor. La justificación oficial era que «el escape está muy caliente» y podría causar chispas.

Claro, porque todos sabemos que los escapes de las motos funcionan como generadores de rayos. No contentos con esta muestra de genialidad técnica, también nos obligaron a entrar en la estación con la moto apagada, empujándola como si fuera una bomba nuclear sobre ruedas, mientras los trailers de seis ejes pasaban rugiendo a nuestro lado con sus motores diésel a pleno rendimiento. Ignorantes tal vez, pero no idiotas: intuyen perfectamente que la regla no tiene sentido, pero la aplicaban sin cuestionarla porque estaba escrita en algún manual.

Lo fascinante no era la absurdidad de las reglas, sino la devoción religiosa con la que se aplicaban. El empleado no dudaba, no cuestionaba, no se permitía ni el más mínimo asomo de sentido común. Era la encarnación perfecta de un sistema que ha convertido la obediencia ciega en una forma de arte.

El Gran Cortafuegos chino no es solo una barrera tecnológica; es una frontera epistemológica. Mientras el resto del mundo debate, discute y se pelea en Twitter, los chinos viven en una realidad paralela cuidadosamente editada, donde las noticias incómodas simplemente no existen y donde cuestionar al Partido es tan impensable como comer sopa con tenedor.

Esta homogeneización del pensamiento produce una sociedad extraordinariamente disciplinada. Cuando el gobierno dice «construyan una ciudad en seis meses», aparece una ciudad en seis meses. 

Cuando dice «todos a casa por la pandemia», 1.400 millones de personas se quedan en casa. Es impresionante, desde luego, pero también es profundamente perturbador, porque una sociedad que ha perdido la capacidad de decir «no» también ha perdido la capacidad de decir «¿y si lo hacemos diferente?»

El Problema de los ingenieros robots

China produce más ingenieros que cualquier otro país del mundo. Sus estudiantes arrasan en las competencias matemáticas internacionales. Sus fábricas fabrican casi todo lo que usamos. Y sin embargo, cuando se trata de innovación disruptiva —esa clase de creatividad que cambia las reglas del juego—, siguen siendo, en gran medida, seguidores exquisitamente competentes de creaciones ajenas.

¿Por qué? Porque la disrupción requiere precisamente lo que la Revolución Cultural se encargó de exterminar: la capacidad de cuestionar lo establecido, de pensar fuera de las líneas trazadas por la autoridad, de imaginar que las cosas podrían ser diferentes. Un sistema educativo que premia la memorización y castiga la curiosidad impertinente produce técnicos brillantes, pero raramente produce visionarios. 

Steve Jobs, el genio que dijo «La gente no sabe lo que quiere hasta que se lo enseñas.”, o “Nuestro trabajo es descubrir qué van a querer antes de que ellos lo sepan.”, nunca habría madurado aquí. 

En China, un Jobs habría sido enviado a reeducarse por sugerir que los teléfonos podrían no necesitar botones.

Es revelador que China, siendo el mayor consumidor de semiconductores del mundo, solo produzca el 16% de los que necesita. Han logrado la proeza de depender tecnológicamente de una pequeña isla a 180 kilómetros de sus costas —Taiwán— para algo tan básico como los chips que hacen funcionar sus teléfonos, sus coches y sus misiles. Es como ser el mayor consumidor de palillos del mundo pero tener que importarlos de Corea porque nadie en tu país se atreve a sugerir que tal vez podrían fabricarse de manera diferente.

 

Un Liderazgo Sin Seguidores

China aspira a liderar el mundo, pero aquí surge una paradoja fascinante: ¿cómo puede liderar una civilización a la que nadie quiere seguir? El liderazgo global no se ejerce solo con poder económico o militar; requiere algo que los académicos llaman «soft power» y que el resto de nosotros reconocemos como la capacidad de hacer que otros quieran parecerse a ti.

Nadie sueña con el estilo de vida chino. Nadie fantasea con vivir bajo un sistema de crédito social que monitorea si cruzas la calle por el lugar correcto, y te puntúa por ello. Los jóvenes del mundo no aprenden mandarín porque les fascine la cultura china contemporánea, sino porque ven oportunidades de negocio. Es un amor puramente transaccional.

EE. UU. ha liderado el mundo desde la Segunda Guerra Mundial no solo por su poder militar o económico, sino porque logró algo mucho más sutil y poderoso: que los jóvenes de todo el planeta quisieran parecerse a los estadounidenses. Los vaqueros, el rock & roll y Hollywood no fueron productos de exportación, fueron sueños de exportación. Todos querían imitarlo, incluso China lo hace hoy.

Mientras tanto, los adolescentes de Pekín siguen usando una VPN para acceder a Instagram y TikTok (que irónicamente, es chino pero está prohibido en China), soñando secretamente con la libertad que representa poder expresar una opinión sin tener que calcular primero si coincide con la línea oficial del Partido.

 

Un Pais sujeto por palillos

Y aquí volvemos a los palillos, que resultan ser una metáfora perfecta de toda esta situación. Son un método que funciona —nadie se muere de hambre por usarlos—, pero que requiere años de entrenamiento para dominar algo que se podría aprender en cinco minutos con un tenedor. Representan la virtud confuciana de la paciencia y la práctica, pero también la resistencia al cambio cuando este cambio podría ser objetivamente mejor.

China se ha convertido en una sociedad de palillos gigante: funcionalmente eficiente dentro de parámetros muy específicos, pero incapaz de imaginar que podría existir una manera fundamentalmente diferente de hacer las cosas. Han optimizado el sistema hasta la perfección, pero el sistema en sí sigue siendo, esencialmente, el mismo que usaban sus bisabuelos.

Una Civilización sin Memoria

El verdadero drama de China moderna no es que sea autoritaria —el mundo ha visto muchas autocracias—, sino que es una autocracia con amnesia. Han borrado deliberadamente la sabiduría acumulada de milenios para reemplazarla con la certeza instantánea de la ideología política. Es como haber quemado la biblioteca de Alejandría para hacer sitio a un manual de procedimientos corporativos.

Una sociedad así puede ser muy eficiente ejecutando planes, pero será incapaz de cuestionar si los planes tienen sentido. Puede conquistar mercados, pero no corazones. Puede intimidar, pero no inspirar. 

Puede fabricar iPhones, pero no puede inventar el iPhone.

Y mientras siguen comiendo arroz con palillos, convencidos de que cualquier cambio sería una traición a la tradición —ironía suprema en un país que dinamitó sus tradiciones hace sesenta años—, el mundo sigue girando hacia lugares donde la gente aún se atreve a preguntar «¿y si…?»

Tal vez esa sea la diferencia entre ser una potencia y ser una civilización: una potencia puede obligar, pero una civilización debe persuadir. Una potencia puede producir, pero una civilización debe crear. 

Y para crear, primero hay que atreverse a romper los palillos.

 

*. Mao se negaba sistematicamente a lavarse los dientes, que los tenia ya de un color verde casi cadavérico. Usaba el ejemplo del tigre para justificarse. Aunque no esta descrito, su halitosis tenia que ser profundamente maoista

**Nota del autor: Ningún palillo resultó herido en la elaboración de este ensayo, aunque varios probablemente se sintieron ofendidos.**

 

4 Comments

  • Haidong Gong
    Posted 2 de agosto de 2025 at 07:21

    Si los extremistas de ese año aparecían repentinamente en una gasolinera, se celebrarían sistemas que se considerarían absurdos.
    Es una lástima que este viaje a China no haya podido visitar el (The Old Summer Palace) de beijing. Incluso si lo hizo, dejará una lástima. El estudio de la historia encontrará la respuesta.

    Responder
    • Post Author
      Pako G.
      Posted 4 de agosto de 2025 at 16:22

      Me alegra mucho tu respuesta – me encanta este tipo de debate y aprender de perspectivas diferentes. Gracias por tomarte el tiempo de responder con argumentos sólidos.
      Sobre el Old Summer Palace: curiosamente, es el ejemplo perfecto de mi argumento. Sí, los británicos y franceses lo saquearon en 1860 – una tragedia cultural impuesta. Pero durante la Revolución Cultural se completó su destrucción: se usó como campo de trabajos forzados, se talaron casi mil árboles, se demolieron 800 metros del muro perimetral, se saquearon los últimos materiales de los Palacios Europeos, y se derribó el único edificio que había sobrevivido 110 años – el Templo lamaista de Zhengjue – para construir talleres.
      Es decir: lo que los extranjeros dejaron en ruinas tras un saqueo de guerra, la propia China lo terminó de pulverizar durante una «revolución cultural». Un sitio que había resistido un siglo como símbolo de resistencia fue finalmente borrado por los propios chinos.
      Sobre las gasolineras: España sufrió décadas de terrorismo sin recurrir a controles sociales tan extensivos. Los grandes ataques en China fueron hace más de una década, pero las medidas permanecen.
      Mi pregunta central sigue siendo: ¿puede una sociedad que ha perdido el hábito de cuestionar ser verdaderamente disruptiva? Me interesa mucho conocer tu opinión sobre esto.

      I’m very pleased with your response – I love this type of debate and learning from different perspectives. Thank you for taking the time to respond with solid arguments.
      About the Old Summer Palace: curiously, it’s the perfect example of my argument. Yes, the British and French plundered it in 1860 – a cultural tragedy imposed from outside. But during the Cultural Revolution its destruction was completed: it was used as a forced labor camp, nearly a thousand trees were cut down, 800 meters of the perimeter wall were demolished, the last materials from the European Palaces were looted, and the only building that had survived 110 years – the Zhengjue Lamaist Temple – was torn down to build workshops.
      That is to say: what foreigners left in ruins after a wartime plunder, China itself finished pulverizing during a «cultural revolution.» A site that had resisted for a century as a symbol of resistance was finally erased by the Chinese themselves.
      About gas stations: Spain suffered decades of terrorism without resorting to such extensive social controls. The major attacks in China were more than a decade ago, but the measures remain.
      My central question remains: can a society that has lost the habit of questioning be truly disruptive? I’m very interested in knowing your opinion on this.

      我对你的回应感到非常高兴——我喜欢这种辩论以及从不同角度学习。谢谢你花时间用扎实的论据来回应。
      关于圆明园:有趣的是,这正是我论点的完美例子。是的,英国人和法国人在1860年洗劫了它——这是一场外来强加的文化悲剧。但在文化大革命期间,它的毁灭得以完成:它被用作劳改营,近千棵树木被砍伐,800米的围墙被拆毁,欧式宫殿的最后材料被掠夺,唯一幸存了110年的建筑——正觉寺喇嘛庙——被拆除来建造车间。
      也就是说:外国人在战时掠夺后留下的废墟,中国自己在»文化革命»中将其彻底粉碎。一个作为抵抗象征坚持了一个世纪的地方,最终被中国人自己抹去了。
      关于加油站:西班牙遭受了数十年的恐怖主义,却没有采用如此广泛的社会控制。中国的重大袭击事件发生在十多年前,但这些措施依然存在。
      我的核心问题仍然是:一个失去了质疑习惯的社会能够真正具有颠覆性吗?我非常有兴趣了解你对此的看法。

      Responder
  • Suso
    Posted 31 de julio de 2025 at 09:58

    Una pena toda esa pérdida de cultura e Historia. Una verdadera lástima. Lo vuestro? un viaje épico sin lugar a dudas.

    Responder
  • Ferreirafjr
    Posted 25 de julio de 2025 at 18:07

    Gracias por esta reflexión. Espectacular y acertada.

    Responder

Leave a Comment