Skip to content Skip to sidebar Skip to footer

Los Cinco Círculos del Infierno

 

El Primer Círculo: Kashgar y los primeros papeles.

El día en Kashgar comenzó con la certeza de que íbamos a perder la mañana. Como quien va al dentista sabiendo que va a doler, Sabrina se dirigió al primer control burocrático para conseguir la autorización del paso de las motos y del coche de apoyo. Una autorización que, por supuesto, solo es válida para el mismo día, porque en China la burocracia no perdona ni la más mínima flexibilidad temporal.

Aunque en realidad había empezado el día anterior: de forma urgente, Sabrina nos había enviado un coche para cruzar todo Kashgar hasta una comisaría especial donde se tramita un documento que autoriza a nuestras motos cruzar por el paso. Nosotros no hacíamos nada, solo querían grabarnos para comprobar que nuestras caras eran nuestras caras y no las de otros.

El funcionario, armado con una paciencia que rayaba en la tortura psicológica, examinó cada documento con la meticulosidad de un arqueólogo descifrando jeroglíficos. Pasaporte, visado, permiso de conducir, documentación del vehículo, y un formulario que parecía diseñado por alguien que odiaba profundamente a la humanidad. Todo por quintuplicado.

Muchas horas después, con el sello mágico en nuestros nuevos papeles, salimos de Kashgar con la mañana completamente anulada. Habíamos comido una hamburguesa de pollo que resultaría ser la única comida del día. Nuestra misión: llegar a Torugart justo después del almuerzo de tres horas con el que los funcionarios fronterizos chinos se regalan cada día.

El Segundo Círculo: La Caravana de Camiones

La carretera hacia Torugart tiene 110 km hasta la famosa verja, desde el primer control hasta el último del lado chino, luego queda aún el lado kirguís. La travesía se convirtió en un safari mecánico. Adelantamos una procesión interminable de camiones cargados con toda suerte de mercancías, serpentando hacia la frontera como una anaconda industrial. Los adelantamientos se hacían donde se podía: en curvas ciegas, usando tramos cerrados por obras pero que permitían avanzar, en cuestas imposibles. Todo con la elegancia de un torero esquivando un toro especialmente cabreado.

Los camioneros nos miraban con esa mezcla de respeto y lástima que se reserva para los locos peligrosos. Nosotros, con nuestras motos intentando acelerar a más de 3.000 metros de altitud, éramos exactamente eso: una banda de inadaptados occidentales desafiando las leyes de la lógica local y la sensatez.

El coche de apoyo oficial, donde conducía el teórico agente responsable que debía estar de cuerpo presente en todos los trámites, era de una lentitud propia de alguien con la sangre de horchata, alargando las horas y acortando el tiempo que dispondríamos para cruzar. Menos mal que Shun, uno de nuestros acompañantes chinos que llevaba el auténtico coche de apoyo, tomó la iniciativa y nos arrastró hacia arriba, casi cogiéndonos por los hocicos.

El Tercer Círculo: Los Controles Múltiples

Uno tras otro, los controles se sucedían como estaciones de un vía crucis. Cada puesto implicaba la misma rutina: apagar motores, quitarse cascos, mostrar documentos, abrir equipajes, y esperar que el funcionario de turno decidiera si éramos lo suficientemente inofensivos para continuar.

Además se puso a llover.

Las revisiones eran constantes, papeles y más papeles cambiaban de mano, todo con la siempre amable paciencia de Sabrina. El reloj marca las horas de forma inexorable.

El Cuarto Círculo: La Verja de Torugart

Finalmente, tras cinco controles y más de ocho horas de odisea burocrática, llegamos a la mítica verja de Torugart.

Ahí estaba: una simple valla metálica enmarcada por un edificio con forma de U invertida a 3,752 metros de altitud azotada por un viento helado, que separaba el autoritarismo chino del caos kirguís.

Nunca una verja nos había parecido tan épica.

Para llegar hasta aquí hubo que superar lo que creíamos era el verdadero drama de nuestros compañeros Ramón y Ricard.

El Quinto Círculo: El Limbo de Ramón y Ricard

Ramón y Ricard habían tomado la decisión práctica de dejar las motos en China y continuar en coche hacia Kirguistán, donde Jordi (León Bocanegra) esperaría con dos motos y un coche para recogerlos. Una decisión que, en retrospectiva, fue como intentar negociar con un software dañado: completamente inútil.

Los funcionarios fronterizos chinos, con esa lógica implacable que solo entiende quien ha vivido en un régimen totalitario, se negaron rotundamente a permitirles salir. La razón: no podían confirmar que hubiera transporte kirguís esperándolos del otro lado. Las cámaras no mostraban a nadie allí. Y sin nadie allí, no se pasa. El paso a pie está prohibido.

Les explicamos que del lado kirguís había colegas esperando con vehículos, pero los chinos querían confirmación visual, física, tangible. Querían ver el coche, conocer al conductor, probablemente también su historial crediticio. Y el vehículo debe estar ahí, al lado de la verja, no en el puesto kirguís que está a 7 km de distancia.

Durante horas, Ramón y Ricard permanecieron en un limbo burocrático. Las autoridades kirguís, por su parte, no querían permitir el transporte porque faltaba un sello de un papel especial que finalmente, sin saber cómo, no hizo falta, permitiendo a Islam, un joven kirguís que acompañaba a León Bocanegra, llegar conduciendo un coche, acompañado de un policía fronterizo, para recoger a Ramón y a Ricard.

Nos despedimos de nuestra amada Sabrina con una emoción incontenible que hizo saltar lágrimas en alguno de nosotros. Sabrina trabajó y luchó como una leona para sortear todas las zancadillas, todas las trabas, toda la absurda y cerrada burocracia china. Ahora, por fin, con el objetivo cumplido, podrá dejar de vivir en un estrés tan constante. No hubiera sido posible sin ella, ninguna otra persona lo habría conseguido.

Ramón y Ricard cruzaron esa verja como prisioneros políticos liberados después de una campaña internacional. Sus expresiones oscilaban entre el alivio y la incredulidad de haber vivido esta experiencia. Observamos, boquiabiertos, cómo Shun descargaba el equipaje de nuestros amigos tirándolo, literalmente, al lado kirguís. Un policía chino, situado a su lado, le advertía que si ponía un pie fuera de la línea se le consideraría un abandono ilegal de China. Verificaba que ni un solo centímetro de Shun pisara suelo kirguís, y que ni un solo centímetro nuestro volviera a pisar China.

Cuando la Realidad Muerde. La laguna Estigia

Tras pasar los controles de inmigración y aduanas kirguís, rigurosos en la revisión de equipaje, que revisan bulto a bulto, el papeleo se retrasó otra hora debido a un fallo del suministro eléctrico. Por fin nos reunimos todos en una gasolinera abandonada ya en Kirguistán con todo el papeleo cumplimentado, estaba empezando a anochecer. Ramón se subió a una moto, Ricard al coche con Quique y un montón de equipaje inútil, y Jordi, con Islam de pasajero, en la otra moto kirguísa.

La noche caía. Y cuando lo hace a 3.752 metros, no solo se desploma la temperatura. Los animales trashumantes, en este borde de los 4.000 metros, se mueven y buscan sitio donde dormir. La oscuridad se desplomaba sobre nosotros con esa velocidad brutal que solo existe en las altitudes extremas. Y cuando el sol se va aquí arriba, se lleva consigo toda la calidez del universo.

Empezamos a bajar de la montaña sabiendo el riesgo de la hora que afrontábamos. Justo a mi derecha hay un lago: es el lago Chatyr-Kul. No sé por qué, pero me viene a la mente la laguna Estigia.

Incluso creo ver un barquero.

 

Esquivamos en la penumbra una manada de caballos que cruza entre nuestra moto y la de Jordi.

Esquivamos una segunda manada de caballos justo después de adelantar un camión.

No esquivamos la tercera.

…………

Solo diré, de momento, que el barquero no cobró su moneda.

1 Comments

  • Ferreira
    Posted 15 de julio de 2025 at 15:05

    Una odisea de aventuras, realmente merece la pena? La respuesta es clara y contundente, SIN DUDA, AVENTURA es AVENTURA.

    Responder

Responder a Ferreira Cancelar la respuesta