Dejamos atrás el río amarillo y alcanzamos las montañas flameantes
Las montañas flameantes de Xinjiang, o de Gaochang, se encuentran en la cuenca norte de Turpán, formando parte de la cordillera de Tian Shan. Es el lugar más caluroso de China; el suelo, en verano, puede alcanzar más de 85°, lo suficiente para freír un huevo, ahorrándote encender el cocinillo de viaje. Son unas montañas de arenisca, absolutamente estériles y erosionadas. Pero tienen un atractivo que reside en su geología. Su composición mineral les otorga diferentes tonos de ocre y amarillo, en una variedad cromática que a veces, si la luz es adecuada, se acerca al azul pasando por el verde.
El valle más esplendoroso de esta peculiar cadena de colinas es atravesado por una carretera que te permite observar el fantástico espectáculo cromático que ofrecen estas colinas.
Así que te acercas con la intención de rodar lenta y pausadamente por tan reputado lugar, considerado patrimonio de la humanidad.
Pero resulta que China se nos ha adelantado. Todo lo que en este vasto país se halla declarado como interesante, se halla ubicado de forma reiterada en una red social o tenga la más mínima impronta pública, ha sido tomado por el gobierno. Eso significa que se ha cerrado, la carretera ya no es pública y se ha habilitado un parking y una feria, donde dejas tu vehículo, compras una entrada tras atravesar miríadas de puestos de venta con altavoces chillones y te colocas en la fila del rebaño. Se ha habilitado, para tu comodidad, una línea de autobuses que te van dejando en las diferentes zonas donde la vista es más glosada. Puedes parar y hacer fotos en esos sitios y solo en esos.
No nos queda más remedio que plegarnos a la ordenada organización de masas china. Aunque antes, como somos viejos y medio ciegos, y el país no es para nosotros, colamos nuestras motos atravesando toda la zona de merchandising capital-comunista y hacemos unas fotos con las motos a la puerta misma del edificio de distribución de ganado humano. Somos amablemente expulsados de allí por un policía que monta una motito eléctrica de Hello Kitty.
Las montañas flameantes, la verdad sea dicha, cumplen su función de espectáculo pirotécnico y cromático, pero la experiencia se desluce un poco con tanto autobús, tanta gente y tanto altavoz gritando en chino cosas chinas.
Huimos tras hacer nuestra fotos, y nuestra huida nos lleva al otro punto emblemático de la ruta: la postrera puerta de la muralla china.
El paso de Jiayu: la última puerta del imperio
En la provincia de Gansu está el paso de Jiayu. Por aquí se entraba y se salía del imperio Han con las caravanas cargadas de mercancías preciosas: jade, especias, alfombras ricamente tejidas… y seda. Todo pagaba impuestos, tanto al salir como al entrar. Una inmensa fortaleza se alzó para proteger este paso y el inmenso flujo de riquezas.
Y con ella, una ciudad.
Extramuros, una ciudad habitada por las caravanas que esperaban su turno para entrar. Intramuros, la ciudad que vivía de las caravanas que esperaban su turno para salir.
Comercio y dinero.
Está situada a los pies de las cumbres, eternamente nevadas, de las montañas Qilian. Entre ellas y el desolado desierto del Gobi y las estepas de Mongolia Interior, se abre un corredor salpicado por centenares de oasis. Es el corredor de Hexi, que se extiende más de 1000 km. Si lo atraviesas, desde el río amarillo, tendrás acceso a la cuenca del Tarim. Y desde ahí a toda Asia central.
Es nuestra ruta.
A la fortaleza, un nuevo parque temático chino, se accede, tras el pago de una entrada y tras mostrar tu pasaporte, por medio de un coche de golf para 20 pasajeros, que desde la zona de venta de tickets te acerca a la fortaleza. El carricoche está disfrazado de camello sonriente de luengas pestañas. Con rabito en el culo.
Llegas deseando no haber ido, y esa sensación se mantiene hasta que por fin entras en el complejo. Ahora sí eres libre de corretear por toda la fortaleza. Esquivas a los vendedores chillones y te centras en aquella mujer que toca suavemente el arpa, apartada del gentío. Compite la pobre con un megáfono de una vendedora que intenta llamar tu atención subiendo, patéticamente, el volumen de su megáfono autónomo. Es un absurdo intento.
La fortaleza está reconstruida manteniendo los antiguos paños de adobe sobre los que se reconstruye todo el complejo militar antiguo. Piedra por piedra. No falta detalle.
Puedes recorrer la muralla desde su parte superior y atravesar la puerta del oeste, la que te sacaba de la China imperial y te dejaba huérfano de la protección del emperador, camino del oeste. Roma está a más de 10.000 km.
Al atardecer, desde esas murallas, observando la puesta de sol que tiñe de dorado las praderas hacia el oeste y hace brillar las cumbres nevadas de las montañas Qilian, puedes imaginar, sin dificultad alguna, el inmenso trajín comercial que se debía organizar aquí.
Es cierto que hace pocos años, antes de la peste del siglo nuevo, se podía venir aquí y observar esto en solitario. Incluso podías subir tu moto a la muralla (hay una foto de Ricard que lo demuestra). Antes de la pandemia, el chino no tenía interés turístico alguno. Ahora es el nuevo rico que ha descubierto las mieles de un poco de libertad viajera. Aunque lo deba hacer con el carnet en la boca y las manos levantadas, no es consciente de eso. Él disfruta, viaja y sonríe.
Ha empezado a viajar en masa, aunque solo sea para sacar un selfi que pueda subir a su Instagram chino. Y los chinos son muchos.
Debes esperar a última hora, cuando la atracción va a cerrar sus puertas para encontrarte a gusto con el entorno. Ahora sí, puedes sentirte como un viajero, dejarte llevar por la imaginación y soñar con tiempos pretéritos. Como decía Jorge Manrique, en las coplas por la muerte de su padre, «…y como a nuestro parecer, cualquier tiempo pasado fue mejor».
Nos alojamos durante dos días en esta provincia, en el Huachen International Hotel. En la ciudad de Zhangye.
Parada técnica y las cuevas de Mogao
Este «break» en el viaje permite una puesta a punto de nuestros camellos. Cambiamos neumáticos, unos magníficos neumáticos occidentales gastados, por unos nuevos neumáticos chinos. Guardamos los viejos por si acaso… Se cambian pastillas de freno delanteras, que están en las últimas y quizá no sean capaces de aguantar el próximo cruce del Taklamakán.
El hotel es magnífico y ofrece una situación excelente a un tiro de piedra de las cuevas de Mogao y del lago de la media luna.
Las cuevas de Mogao sufren la misma enfermedad que el resto de atractivos turísticos en este país. Al ser consideradas patrimonio de la humanidad, el gobierno chino ha decidido controlar con mano de hierro el acceso. Pero a pesar de ello, es algo que se debe ver, observar y gozar.
Y es que este lugar atesora una historia que trasciende cualquier organización turística moderna. En el año 366 d.C., un monje budista llamado Le Zun tuvo una visión de miles de Budas brillando como bengalas doradas en la escarpada pared de arenisca de un acantilado cerca de Dunhuang. Convenció a un acomodado peregrino de la Ruta de la Seda para que fundara el primero de los templos. Cuenta la leyenda que Le Zun estaba en un largo viaje hacia el Paraíso Occidental cuando, al cruzar el Desierto de Gobi, se detuvo en la Montaña Sanwei cerca de Dunhuang, donde encontró un manantial especial.
Durante casi mil años, las caravanas de camellos, caballos, esclavos y comerciantes iban y venían atravesando los desiertos para juntarse en este cruce de caminos a las mismas puertas de China oriental. Los monasterios budistas servían como estaciones fundamentales, ofreciendo refugio, comida y atención médica a los viajeros cansados, convirtiéndose en paradas de descanso vitales.
Eran cuevas dedicadas al descanso del viajero y al culto del feligrés, donde comerciantes y peregrinos que pasaban por la Ruta de la Seda dejaban su huella artística. Este lugar, situado entre lo místico y lo pragmático, ofrecía al viajero una última oportunidad de respiro espiritual y de surtirse de agua antes de enfrentar el mítico Taklamakán. O al revés, un lugar donde dar gracias tras haber vencido al «lugar de nunca volverás».
Para el comerciante medieval, llegar a Mogao significaba salvación física, purificación espiritual antes del peligroso cruce del desierto, y la oportunidad de hacer una donación que asegurara protección divina para el viaje. Miles de viajeros de todas las culturas se encontraban aquí, en la última conexión con lo sagrado antes de enfrentar el vacío del desierto.
Pero claro, esto era antes. Ahora todo está perfectamente regulado, la purificación espiritual aquí ha sido suspendida.
El proceso de visita consta de varias fases:
Vas al centro de visitantes y compras una entrada de extranjero. Al ser extranjero se reserva para ti una serie de 8 cuevas entre las mejores del complejo, se te asigna una guía china que habla inglés y te hacen ver una serie de documentales históricos sobre el valor de este lugar y la ruta de la seda.
Te subes a un autobús siguiendo una línea de estabulación mientras notas el aroma agrio a sobaquina humana. Ese autobús te lleva a las cuevas propiamente dichas, a unos 10 km de donde dejaste tu vehículo y compraste entrada.
Llegas y no sabes qué hacer, a tu guía chino aquí no le dejaron entrar.
Como no sabes qué hacer te pones en la primera fila de acceso que ves. ¡Pero el gran hermano es listo! Enseguida se acerca un uniformado, se da cuenta de que nuestro aspecto es poco chino y nos pide nuestras entradas. Efectivamente, esta fila no es para nosotros, nos saca de ella, avanzamos, nos entrega a una funcionaria que nos entrega a un guardia, que nos deposita en las amables manos de una guía china bajita y muy amable, con su bolsito en el codo como si fuera la difunta reina de Inglaterra, y tocada por una pamela. Viste, como no, un sencillo vestido rojo con falda plisada. Habla un inglés estupendo y nos hace un tour privado por ocho de las mejores cuevas. «No photos inside the caves, please», dice cuando hago el gesto de sacar una foto a un buda especialmente hermoso.
Cambio de estrategia y consigo ocho fotos.
Somos viejos, y a los viejos se nos debe perdonar cierta rebeldía.
El lago de la media luna: Disneyland en el desierto
Nos queda por visitar en la provincia de Gansu un último parque de atracciones. Una última visita al Disneyland del gobierno chino. El lago de la media luna.
El lago de la media luna es un oasis que recibe su nombre de su peculiar forma, está enclavado en pleno desierto, entre dunas altísimas. ¡No imaginas cómo puede existir un lago en un lugar así! Es cosa de la configuración geológica del lugar, con una capa arcillosa cubierta por arena. Arena que recibe humedad del aire y de las escasas lluvias, y que poco a poco se filtra hacia el lago. Justo a su vera se ha construido una pagoda. Lugar de parada obligada por las caravanas que atravesaban el desierto camino del temible Taklamakán. El lugar atesora una belleza intrínseca innegable. Hasta que el gobierno chino vio el negocio y lo promocionó.
Hoy hay un centro de visitantes, a dos km del lugar. La entrada que pagas te da derecho a caminar por la arena y subir a las dunas señalizadas y solo a esas. Pero tienes a tu disposición toda suerte de actividades, desde vuelos en ultraligero a vuelos en helicóptero. Puedes pasear en camello o alquilar un quad. Puedes deslizarte duna abajo con una suerte de trineo para arena. Todo esto previo pago extra.
Todo está reglamentado, con las rutas fijadas de antemano y sin posibilidad alguna de salirte del camino.
Los chinos vienen aquí a vestirse con trapos de las mil y una noches made in china y que se alquilan para la ocasión, decenas de comerciantes te ofrecen esa posibilidad. Las mujeres se visten cual Scherezadas con teléfono móvil y ellos como nobles chinos. Posan para sí mismos adoptando poses impostadas, extendiendo los brazos como si fuesen alas, en una pose de libertad.
Creen que son libres y no saben que son esclavos. Son la prueba viviente de que Un mundo feliz de Aldous Huxley es posible. Miríadas de chinos gozan de este sueño ficticio.
Escalamos una de las dunas permitidas siguiendo la estela de una fila de escaladores chinos. Todos equipados con polainas naranja chillón para evitar que la arena se cuele en su calzado. La subida, larga, es facilitada por una suerte de vía ferrata dunar que permite subir sin hundirse en la arena. Desde arriba intentamos conseguir una instantánea del lugar que evite la imagen de masificación.
Bajamos hundiendo nuestros pies en la blanda arena, pensando cómo sería cruzar este mar de dunas a pie, en caravana, hundiendo el pie hasta los tobillos a cada paso, tenían que ser gentes muy especiales.
El final de jornada une a todo el grupo en una cena estilo street food. Diversión entre camaradas riéndonos de nosotros, traduciendo cosas del español al inglés y del inglés al chino.
Mañana toca jornada de 400 km sin posibilidad de repostaje. Llevaremos garrafas.
Rumbo a Xinjiang: el calor del Gobi
La jornada de hoy, que es el mañana de ayer, es corta. Apenas 400 km. Pero son kilómetros sin un solo lugar donde parar, sin pueblos intermedios, sin repostaje posible y sin la más mínima sombra. Ni una miserable sombra de ortiga donde refugiarse si la necesidad lo precisara.
Y el calor, un calor inclemente que pronto supera los 40°. Las ventilaciones de nuestros trajes se convierten en chorros de aire caliente que deshidratan nuestros cuerpos. El casco va mejor con la pantalla cerrada; juegas a abrirla de vez en cuando para que la evaporación del sudor refresque un poco la cara. Es un vano intento que repetimos incesantemente.
Estamos cruzando el llamado Gobi Gashum. La verdad, no se para que necesita apellido, a mí me parece más duro que el Gobi mongol, el que lleva el nombre como propietario.
A mitad de camino, tras atravesar los restos acuáticos del lago Barkol, hay un control policial. Salimos de la provincia de Gansu y entramos en la de Xinjiang.
Xinjiang es considerada por el gobierno chino una región autónoma conflictiva y el control es estricto. De mayoría uigur y de religión musulmana, es una de las regiones autónomas más vigiladas por el gobierno central, junto al siempre cuestionado Tíbet.
Esta región es la puerta de entrada al temible desierto de Taklamakán. La carretera que usamos no sale en los GPS occidentales.
Realmente estamos recorriendo el extremo occidental del corredor de Hexi, atravesando el paso de Yumenguan, en dirección norte, hasta nuestra parada en Hami, donde haremos noche, llamada Kumul por los locales. Es muy famosa en toda China por sus melones, de especial dulzura. Pero realmente la región vive de la minería, extrayendo metales de las vetas del desierto.
Antaño era considerada un paso crucial de la Ruta de la Seda, funcionando como bisagra de las puertas de Asia occidental al proporcionar agua dulce y fruta fresca. Su importancia histórica se elevó desde el momento en que la dinastía Han expulsó a los xiongnu hacia la meseta de Mongolia del norte, abriendo el camino.
La ciudad bebe de las nieves eternas de las cumbres de Tianshan usando un ingenioso método de canalización subterránea del agua.
Tal es así que al final del día vemos, desde nuestra agonía encima de la moto, en mitad de la estepa desértica, las cumbres nevadas de la mítica cordillera de Tianshan. Las Montañas Celestiales. Es un contraste físico: sufrir el calor extremo de la jornada de hoy mientras observas la nieve de esas cumbres que tantas veces nos acompañaron ya en anteriores periplos. Deberemos cruzarlas, después de vencer al desierto, para alcanzar Kirguistán.
Estamos en el último gran oasis antes de adentrarnos en las inmensas regiones desérticas. Este era el último lugar de aprovisionamiento de las caravanas que se dirigían a occidente y abandonaban China.
La cena china y los compromisos eternos
Pronto nos tocará a nosotros, pero no será hoy. Hoy nos ha invitado a cenar uno de nuestros acompañantes chinos: Sun, un empresario del sector del aluminio. Conoce a Ricard desde que él vivía en China, hace más de 16 años.
Como ya comentamos, nos acompaña en el viaje con su hijo y hoy nos agradece el no habernos opuesto. Es un hombre honorable, de buenas maneras. Atento con los que considera sus invitados. Él conduce el coche que hace de escoba.
El caso es que ha decidido invitarnos a cenar. La cena, como es lógico y natural, es china. Y es fantástica. Los platos están elaborados con la maestría que se le debe exigir a una gastronomía milenaria. La sorpresa principal, sin embargo, viene del vino. Vino chino. Y he de decir que es un vino excelente, capaz de competir con los mejores caldos de la Ribera del Duero. Son sorprendentes estos chinos: elaboran un vino magnífico, pero no saben abrir una botella ni servirlo. Tampoco tienen copas adecuadas. Y aun así, sin una copa que haga justicia al caldo, el vino resulta excelente.
La cena es una sucesión de brindis y cánticos a la amistad perpetua. Somos embajadores de España en China.
Las botellas del excelente vino chino se suceden, pero jugamos con ventaja: nosotros bebemos vino y ellos beben una especie de aguardiente local. ¡Es una ventaja estratégica clave!
La velada discurre alegre, y la exaltación máxima de la amistad eterna y transcontinental llega al punto de proponer un viaje desde el extremo este de China hasta España, coincidiendo con la celebración de la leyenda Continua en enero. Un viaje invernal por los rincones más fríos del planeta. Mítico.
¡Y coño! ¡Ya nos han liado! He sido autoencargado de recibirlos al entrar en Europa (maldito vino), en el Bósforo, en diciembre-enero próximo, y acompañarlos hasta Valladolid. Como esto se concrete, tengo un problema, uno de esos que apetece resolver. Lo malo, y que garantiza casi el éxito de la operación, es que Ricard se encargará de la logística. Y eso, además, lo hace obligado tras prometerlo en un brindis oficial, gubernamental casi.
Y eso obliga. Y si el obligado es Ricard, se cumplirá seguro.
Mañana el desayuno es a las 8. Resulta que toda China tiene el mismo horario, pero claro, no es lo mismo este oeste en el que estamos que el este del que salimos. Y aquí, rebeldes como son, adaptan su horario como les da la gana.
Se desayuna a las 8 y no hay más. Si no te gusta no haber venido. La idea es ir hasta Turpan, dormir en una bodega, algo que, al ser una bodega en China, es casi mítico. Y pasado mañana abordar, por fin, el cruce del Taklamakán.
Ya os contaremos, casi seguro desde Kirguistán.