La frontera mongolo-china
Nos levantamos a las 6:30 de la mañana, hora del este de Mongolia. La idea es estar a primera hora en el puesto fronterizo. Llegamos temprano. Aun así, la gente ya está esperando para entrar en China. Miríadas de coches y autobuses están colocados ordenadamente para moverse cuando den la orden de salida. Parece una salida de las 24 horas de Le Mans, con los coches en paralelo y oblicuos a la marcha. Curiosamente, todo parece muy ordenado. Hay dos carriles libres, pero nadie se atreve a ocuparlos.
Nosotros nos colocamos en ellos, como si fuéramos alcaldes. Varios paisanos nos indican que allí no podemos estar, que por esa línea están entrando los guardias fronterizos, y se enfadan si les molestas. Nos movemos un poco a un lado y vamos observando a los diferentes personajes.
Hay uniformes de policía y uniformes militares. Son los militares los que mandan. No llevan galones en el uniforme, pero enseguida notas quién manda allí. Sus gafas de sol, su lenguaje corporal y la forma que tienen de dirigirse a él todos los uniformados no dejan lugar a dudas ese es él jefe. Con San Google Translator nos dirigimos a él y preguntamos, humildemente: «Señor, ¿las motos pueden cruzar primero?»
Nos dice que sí, pero que esperemos. La verdad es que se portan bien: en cuanto abren la verja, deja pasar a 10 o 15 coches de los habituales que se paran en una barrera, y a nosotros, por otra línea, nos deja pasar hasta el final. La cosa promete.
Empieza el proceso. Papeles de moto y pasaportes. Tardan en procesarlo, pero lo achacamos a la falta de costumbre de exportar motos españolas. Nos dirigen a otro puesto, donde nos espera una agente aduanera. Nos dice que hemos estado demasiado tiempo en Mongolia, que las motos solo podían estar seis meses. Toca multa y papeleo extra.
Pero eso tiene de bueno que tenemos a una agente aduanera para nosotros solos. Nos acompaña para chequear el equipaje, nos lleva de aquí para allá y no nos abandona hasta haber cobrado su fine, su multa. Son 400.000 tugriks mongoles, unos 100€ las dos motos. A 50 por cabeza. Nos da un papel que dice en mongol que hemos pagado la multa de forma adecuada y que somos ya libres de salir del país con la moto. Sello al pasaporte y ya estamos en China.
China, la rígida y siempre rigurosa China
Nada más aparecer con las motos, un chino que habla chino se viene hacia nosotros. Trae un papel en la mano con nuestros nombres, pero añade también los de Ricard y Ramón, que ya están en China, aunque él no lo sabe. Esperaba a 4 en 4 motos, somos 3 en 2 motos, y una de las personas de esas 2 motos no figura en su lista.
Viene otro chino que habla inglés. Explicación, explicación y explicación con walkie-talkie por medio. Todo aclarado, pase usted hasta allí. Allí es un sitio donde bajan a Eva de la moto; ella debe entrar por la puerta de peatones para hacer la inmigración. Una tipa uniformada la acompaña inicialmente y lleva su pasaporte. Dani y yo vamos a otro sitio, con los conductores.
Nos colamos entre filas de coches y autobuses y rápidamente vemos a Sabrina, nuestra fixer china de cabecera, y con ella, un policía de paisano que es el que se encarga de nuestra especial situación. Sello al pasaporte, registro de las motos y nos vamos. A pie, las motos se quedan allí. Toca ir a buscar a Eva.
El incidente de Eva
Ella tiene otra historia que contar. La tía de uniforme que lleva su pasaporte coloca a Eva en una cola y se va. Cuando la cola avanza y llega su turno, Eva no tiene pasaporte, se lo quedó la tipa. Suenan las alarmas: una intrusa indocumentada intenta entrar ilegalmente a China. Dos fornidos policías se acercan casi a la carrera, la cogen por los brazos mientras fruncen el ceño y entornan aún más sus ojos; y acompañando la acción con gritos en chino, se la llevan a una sala.
Sin palabra de chino, con espanglish como ayuda, Eva explica que su pasaporte se lo quedó la policía que la acompañó hasta allí, una tipa uniformada de pelo corto y ojos rasgados, con rasgos faciales asiáticos, no tiene pérdida. Búsqueda urgente del pasaporte errante, llamadas de teléfono y conversaciones cuchicheadas en chino mientras los dos polis no le pierden la mirada.
Por fin, tras 10 minutos que parecieron 10 horas, aparece su pasaporte y todo se aclara, tras una especial bronca en chinglish afeando la conducta por haber perdido su pasaporte de vista. Cuando la recogemos, con Sabrina que nos hace de guía por los vericuetos de la frontera, la cara de Eva es una oda al cabreo y a la frustración. Solo verla ya intuyo que lo pasó mal, que algo no salió como debía.
Pero bueno, ya estamos al otro lado de la línea, con los pasaportes en regla, sin motos y camino de nuestro hotel en Erenhot. Allí están Ricard y Ramón, con un grupo de chinos sonrientes que incluyen a Pepe (el que le debe guanxi a Ricard), su hijo, que se viene como regalo de cumpleaños (somos la cabra de dos cabezas, un magnífico regalo de cumpleaños para el chaval), un guía chofer, y otro más con funciones indefinidas. Una tropa de mil demonios.
Las motos sin papeles
A la tarde nos dieron las motos, así por la cara, sin matrícula china, sin seguro chino, sin que nosotros tengamos carnet chino. Según parece, mañana debemos tramitar los papeles necesarios para obtener el documento que nos permita conducir por China, y solo entonces, si somos considerados dignos, nos darán el carnet, con él la matrícula china y con la matrícula china, un seguro chino.
Y ya estaría.
Bueno, no del todo. Las cámaras de la frontera han detectado que en nuestras chaquetas llevamos una bandera, al lado de la china, que les recuerda a la bandera del Tíbet. Debemos retirarla.
La bandera bandida y rebelde es la de la Serenísima República de Venecia, con su león de San Marcos pidiendo la paz entre los pueblos. Nuestro homenaje a Marco Polo y la ruta de la seda se ha ido a tomar por saco.
El carnet de conducir chino
Estamos en China, tenemos motos, pero no tenemos ni carnet de conducir ni matrícula de las motos. Eso nos va a llevar, como mínimo, otro día entero. Amanecemos para estar a primera hora en la delegación de tráfico de la policía de Erenhot.
Sabrina, nuestra fixer, trabaja a destajo con la funcionaria china, mientras nosotros vemos las carreras de MotoGP fagocitando la wifi de la comisaría.
Pero la cosa parece que se alarga. Algo ocurre que hace que la cara de Sabrina adopte una expresión de desesperación matizada por una educación budista con pinceladas chinas. El día acaba, la oficina cierra puntualmente y solo Dani tiene el carnet.
Resulta que a última hora se han dado cuenta de un detalle sutil, una estupidez, una tontería china. No se permite conducir motos a los mayores de 60 años. Y somos tres ancianos en el grupo. Solo se libra Dani.
Resulta que China no es país para viejos. Da igual que hayas llegado conduciendo la moto desde España. Un viejo no puede conducir un artilugio tan peligroso como una moto. Para ellos se necesita una agilidad mental especial. Agilidad que después de los 60 no se presupone.
Llamadas de teléfono cruzadas con diferentes interlocutores y todos en alerta. Contactos con antiguos deudores de favores. Más llamadas y más peticiones de favores que se concatenan unos con otros.
Conseguimos, gracias a la habilidad de Sabrina, in extremis, que nos realicen un examen de aptitud al día siguiente por la mañana, en otra dependencia de la DGT china. El examen es en chino. En chino cerrado y con acento de la Mongolia Interior. El examen consta de una serie de preguntas de parvulario y demostrar que somos capaces de diferenciar el rojo del amarillo y del azul. Se permite la presencia de Sabrina, que hace de traductora. Un privilegio inaudito. Aprobamos con sobresaliente cum laude. Excepto Ramón, que sacó un notable. Él es de letras y ordenó mal una serie de números.
Por fin, a las dos de la tarde, con un calor de la virgen santa capaz de derretir el plomo, salimos para cruzar Mongolia Interior hasta Baotou, para alojarnos casi al ocaso en hotelucho llamado Marriott.
Fue un día duro, mucho calor, y ruta fea, sin atractivos paisajísticos ni etnográficos. Se trataba de huir de Erenhot y acercarse a las zonas atractivas de la ruta.
Eso sí, nos dimos un magnífico homenaje de cocina china en la cena. Buenísima esta vez, haciendo justicia, ahora sí, a su fama internacional. Será que teníamos un hambre canina. No habíamos comido en todo el día, y cuando por fin nos sentamos a la mesa, hasta los palillos nos parecían manjares.
Lo de la ruta fea y sin atractivo se repite una vez más al día siguiente: cientos de kilómetros rebasando camiones por derecha e izquierda. Los camiones aquí son todos enormes, de seis ejes. Largos como un día de conducción por la estepa. Y rojos, son todos rojos. De un rojo comunista muy adecuado al país. Hacen lo que quieren y cuando quieren, pues además de enormes son mayoría. El 90% del tráfico son camiones. El resto son algún coche, triciclos de agricultores y cinco motos despistadas.
Además llueve. Llueve como suele ocurrir en el desierto cuando se decide a hacerlo: a lo bestia. Como si no fuera poco, ahora el asfalto tiene una capa jabonosa de color blanco. Y nosotros con ruedas de tacos. Todo resulta muy relajante y muy zen.
Pero bueno, tras cruzar una urbe toda ella dedicada a la explotación de decenas de centrales térmicas productoras de electricidad y alimentadas por una procesión incesante de camiones cargados de carbón, casi hemos conseguido abandonar Mongolia Interior. A partir de aquí el paisaje y la ruta serán más amables.
Y tal ocurre. La última jornada cruzando el desierto de esta Mongolia china nos lleva por rutas sin tráfico, deshabitadas, donde solo los camellos se pasean entre dunas. Al poco, un templo budista entre rocas en la montaña. El Monasterio de Badain (巴丹庙) resulta ser un templo budista tibetano del siglo XIX que, por estar perdido en el culo del mundo, justo en el corazón del desierto de Badain Jaran, se salvó de que los chinos, rojos, comunistas y culturalmente muy revolucionarios, lo demolieran durante su Revolución Cultural perpetrada por Mao.
Los monjes gelug que lo construyeron en 1868 eligieron bien el sitio.Debes alcanzarlo siguiendo el cauce de un torrente, escalar unas escaleras y, por último, atravesando una trampilla de escaso tamaño, alcanzas el altar sagrado donde reposa un Buda negro. Desde la altura contemplas el valle. Has conseguido llegar hasta un refugio espiritual perdido entre las dunas del desierto más misterioso de Mongolia Interior.
El lugar fue escogido gracias a una roca blanca que destaca entre tanta roca de ocre rojo. Dicen los monjes que es un elefante blanco, y si es blanco y es elefante, entonces es sagrado. Lógica budista aplastante que no admite réplica ni apelación.
La parada sirve para picotear algo de fruta y pan budista, beber un poco y relajar las posaderas. Algo que viene bien, pues al salir nos adentramos en una de esas tormentas de verano. Pero esta es en medio del desierto de Badan Jaran. Las corrientes salvajes de viento, cruzadas en nuestra ruta, amenazan con sacarnos de la calzada, mientras el agua nos golpea con fuerza descomunal desde nuestra derecha. Duele incluso a través de las capas de nuestro traje de moto. La fuerza del viento es brutal y nos empuja sin piedad. Si lo nuestro fuera un velero tendría que tomar dos o tres rizos a la mayor, pero no se puede, solo queda largar escota para que la vela que es nuestra moto, descargue viento. Eso nos coloca en trazadas oblicuas al viento, sacándonos hacia sotavento y hacia fuera del asfalto. Toca virar, con cuidado y aproarse un poco, hacia barlovento. Si se intenta un rumbo recto, con la fuerza del viento por el través, este amenaza con hacer perder la rueda delantera, que intenta deslizar peligrosamente sobre ese asfalto mojado y embarrado.
Maniobra peritísima, típica de viejos veteranos.
¡chúpate esa policía de tráfico china!.
Cuando cesa la lluvia, lo que nos golpea es la arena inclemente, que poco a poco va ocupando la calzada, enterrándola por tramos. Al fondo, vemos cómo se forma un tornado que nos parece enorme, la cosa se pone seria. Finalmente, la carretera gira hacia la izquierda y nos evita la experiencia.
Pasamos.
Pasamos y llegamos al final de nuestra ruta atravesando el vergel que rodea la ciudad de Zhangye, a un tiro de piedra de las montañas flameantes.
Para ser unos viejos, y a pesar de la policía china, nos vamos defendiendo bien