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Una sandia de 10 kgs, Orwell y un Buda de piedra

Nos hemos apoderado de una sandia de 10 kgrs de peso y con ella nos fuimos a Amarbayasgalant, con la única intención de atragantarnos al pronunciar el nombre y disfrutar de un monasterio budista que allí se encuentra. El monasterio, de culto budista tibetano, está situado en un valle al que accedes por una pista de tierra, larga y polvorienta, que desde la carretera asfaltada se introduce unos 50 km por la estepa, sorteando colinas. Es la típica pista que se desdobla en mil posibilidades formadas por el capricho de los usuarios, que ahora escogen una ruta y luego otra, al albur del clima y del barro. Es un peregrinar constante de vehículos utilitarios, que no sabes cómo, pero sobreviven a estas trochas a pesar del poco cuidado con que las abordan sus dueños. El Prius es el principal vehículo usado por aquí, no me explico la razón de su abundancia, pero ahí están, saltando y rebotando de lado a lado, aguantándolo todo. Se desmoronan poco a poco, pero el ingenio local los reconstruye obviando la estética de sus faldones arrancados y ruedas desequilibradas. 

Nosotros avanzamos por la pista haciendo gala de un arte en el manejo que sorprende a los locales, obligándolos a cedernos el paso. Somos overflandes cualificados.

Poco después de vadear un pequeño arroyo nos dejamos caer a las puertas del monasterio. 

No somos los únicos, acuden aquí decenas de peregrinos a rendir culto a Buda en este remoto lugar. Se respira paz aquí, el sonido predominante viene de las aves que anidan en la zona, la gente se escucha poco. El monasterio, es evidente, ha pasado por mejores momentos, pero su autenticidad es innegable. El budismo es una religión colorista, los dorados, naranjas y amarillos, mezclados con tonos de azul y verde, lo impregnan todo. No hay ni un solo centímetro cuadrado que no tenga su color. Aún descuidado, trasmite su esencia por igual al devoto y al turista que aquí se acerca.

La sandia? Con sus 10 kg resulta excesiva, pero damos cuenta de ella bajo unos arboles en la margen del río.

Nos queda poco que ver de lo programado en Mongolia. Este norte del país, está mucho más poblado que el resto, la población se concentra aquí, y lo hace de forma desmesurada en ocasiones. Nos movemos a los pocos lugares que tenemos marcados como interesantes en la zona y que aún se resisten a nuestra presencia. Hay, al este de Ulam, un parque natural afamado entre propios y extraños por sus bosques y verdes colinas. Es una fama demoledora la que soporta este parque de Gorkhi-Terelj, que esta absolutamente prostituido al turismo mas destructor. Miríadas de campos de gers, que son fake, y hoteles apellidados de resort, ocupan sus colinas, fagocitando las aldeas que antaño poblaban estas laderas. Imaginas el paisaje que fue y no te gusta lo que ves. El alojamiento resulta caro en comparación con el resto del país. Además, en Mongolia, la hostelería, incluso la que se jacta de ser buena, esta en pañales. Pueden ofrecerte una cosa que no tienen, o decirte que el buffet se ha acabado, aunque ya hayas pagado por él. Una mesa no se recoge hasta el final de la jornada con lo que debes buscar una que nadie hubiese usado, o arrinconar los platos en una esquina. Cada hotel viene decorado con sus manías propias, por lo que siempre aprendes cosas nuevas. 

Recorremos el parque, intentando perdernos por las pistas, para llegar a la estatua del gran khan, llamado Gingiris por los lugareños. Pero no lo conseguimos. El rio Tuul, ancho y con un caudal vibrante, nos impide el paso de forma terca, echándonos a patadas hacia la carretera general. 

La estatua ecuestre del gran khan esta situado a 50 km al este de Ulam, pero es fácilmente visitable. Sus 40 metros de alto merecen alzar la vista, es una visita obligada. 

Realizada en acero brillante, está esculpida a hachazos, produciendo una imagen ruda y muy militar del gran general mongol que mira hacia el este, su lugar natal. El lugar es el correcto, en mitad de la estepa, donde su pose marcial y autoritaria abarca la inmensidad del gran azul, con su mirada perdida en el infinito de su vasto poder.

Hacemos la vuelta por caminos huyendo de la calzada, a la que inevitablemente debemos volver al rebotar de nuevo contra el rio. 

Y ya nos queda poco por ver aquí. 

Hemos decidido volar a china, el transmongoliano sale solo un vez por semana y el avión es barato.

Así que procedemos a invernar nuestras motos, las limpiamos, retiramos batería, llenamos depósito y las escondemos al fondo del cuarto oscuro de los ratones, a cargo de Chinzgorin, nuestro contacto mongol. Chinzgorin es un avispado, un fixer local que provee de servicios a los overflandes pringados como nosotros. Siempre en la búsqueda de un mejor precio que cobrar, pero nos es útil. Él guardará nuestras motos por un precio asumible hasta el próximo año. Promete cuidar de nuestras baterías, que hemos desmontado y entregado en mano para que sean regularmente cargadas. Ya veremos si el año próximo aún  funcionan.

Y ya reconvertidos en turistas al uso, abandonamos Ulam con un chofer que nos guarda el equipaje mientras visitamos el palacio de invierno del ultimó emperador de Mongolia. Situado al sur de Ulam, el palacio de Bogd Khan, que fue la octava reencarnación de un Dios olvidado. Fue construido por un arquitecto de origen ruso. Acusado de ser demasiado occidental, se adornó a posteriori con tejados  de estilo budista y con los colores adecuados. Las salas se suceden con la exposición de artículos que fueron propiedad del emperador reencarnado, con una antigüedad de poco mas de un siglo, excepto dos o tres excepciones. Pero permite ver la estética clásica de los últimos emperadores mongoles, antes de la revolución socialista que lo depuró y destruyó todo. Descubres, con cierta sorpresa, donde hallaron la inspiración los cineastas de Hollywood en el diseño de la estética de la guerra de las galaxias.  El peinado de la princesa Padme Amilada, del episodio 1, esta claramente reflejado en una pieza ornamental  del sigo XIX expuesta en este palacio.

Arte mongol, espléndido, y ropajes exquisitos realizados en seda. Destaca un ger ceremonial, regalo por su 25 cumpleaños, fabricado con las pieles de 150 leopardos de las nieves.

El avión que nos lleva a Pekín, la capital del norte, decide parar sin previo aviso en un aeropuerto diferente, “due wheather conditions”. Pero no bajamos del avión. Nos hacen esperar dos horas pero nos dan un zumo de naranja. Al cabo despega de nuevo para un vuelo de solo 11 minutos, y con dos horas y media de retraso llegamos al international airport de Beijing.  Los pasos de inmigración y aduanas son rápidos,  pero el transfer que nos esperaba se ha largado y ha pedido a un colega que le sustituya. Esperamos 40 minutos mas. Y ya, por fin, a las 2 y media de la madrugada, el personal de guardia del Pacific, cinco estrellas y un cometa, nos recibe en formación lineal, y con una sutil reverencia nos aloja. Dormimos sepultados entre edredones de pluma que nos arrullan como vírgenes birmanas.

Al día siguiente temprano nos espera nuestra guía de Beijing. Propone visitar el templo de los Lamas, luego la Ciudad Prohibida, y finalmente el templo del Cielo, abarrotado de gracia divina y suprema.

Al templo de los Lamas llegamos castigados por el calor sofocante de Pekín, siguiendo la fila de miríadas de fieles que acuden allí a hacer su ofrendas. Es una festividad que tiene que ver con el año nuevo chino, y todos los chinos de creencia budista se han venido aquí. Hacen ofrendas con palillos de incienso, que luego se queman en piras comunes. Es guapo el sitio, pero no puedo evitar comparar esta jauría humana con la soledad y silencio de los templos perdidos en las colinas de Mongolia. ¡Hay mucho chino en China.!

Esta visita nos deja perfectamente preparados para fenecer del todo en la visita a la Ciudad Prohibida. 

La Ciudad Prohibida fue la residencia oficial de los emperadores de la dinastía Ming hasta el final de la dinastía Qing, siendo la morada del último emperador de la China. Mas de 500 años alojando emperadores. Esta abierta al público, que es mucho, y que recorre una ínfima parte del enorme complejo buscando sombras, que son pocas. 

Como eres extranjero te consideran un poquito alcalde, tienes preferencia para hacerte con las entradas sin hacer cola y sin lista de espera. Mientes sutilmente, claro, dices que vas por libre y que no tienes guía. Ni oficial ni amateur. Si lo tienes o tuvieses serás considerado un chino mas y no te darán la entrada.

Con tu pasaporte en la mano pasas la puerta de la Absoluta Alegría para acceder al patio de la Suprema Armonía, que luego te lleva al templo de la Armonía Etérea y a pasear por la explanada de la Armonía Celestial. Y así, de armonía en armonía, bajo un sol que golpea tu nuca con la violencia de un visigodo loco, intentas ganar derecho a sombra de codazo en codazo. Recorremos el complejo sin poder entrar en ninguna de sus estancias. Las estancias, el interior de los edificios armoniosos, etéreos y celestiales, está vetada al público con vigilancia suprema de guardias revolucionarios, alegremente armoniosos. Sigue siendo un ciudad prohibida. La paseas por fuera, pero no puedes sentirla.

Eso sí, de armonía gloriosa en armonía celestial. 

La visita al último templo, cansados de tanta armonía, con el cerebro recocido y a punto  de extenuación armoniosa, ha sido pospuesta tras una rápida deliberación a la sombra de una ortiga.

China entera y Pekín en particular sufre una vigilancia permanente e intensa de las fuerzas policiales. Controles de documentación en la calle, como sí fuesen pasos fronterizos, presencia policial muy densa y cámaras de última generación, vigilan todo lo que haces, todo lo que dices y todo lo que piensas. Continuamente flashes de cámara llaman tu atención. Todo es profusamente fotografiado, analizado y documentado. El gran hermano orweliano esta aquí de forma física e intensa.

El control que los chinos hacen de la población es absoluto. Todo se hace a base de apps. Las maquinas de refrescos y agua embotellada no admiten efectivo, debes pagar con un código QR que lees con el móvil y que identifica y registra lo que has bebido, cuánto, cuándo y dónde. El Big Data dirá, además, con quién. Lo mismo al entrar y salir de los parking. Tu pasaporte, si eres extranjero, es tu identificación personal y tiene un uso constante. Al entrar y salir de una estación de tren, al entrar y salir de una atracción turística, todo se autoriza previa identificación de tu identidad. 

Pagar en efectivo crea problemas en la tienda donde compras, pues ya nadie lo usa. 

El uso de internet esta limitado. Ninguna app de red social occidental funciona en China. Ellos tiene su propia versión de YouTube, de whasapp y cualquier otra. Para comunicarte tienes que dedicarte a hacer filigranas informáticas. No debes comprar una SIM China, lo suyo es contratar una e-sim virtual y conectar tu móvil a una VPN que sea eficaz. Es la única forma de salir de la inmensa intranet que supone el feudo de Mao. Son los amos del control. Estás inmerso en una película  de corte  futurista y distópico. Pronto la verás en las carteleras de tu barrio de residencia, querido amigo.

Si te gustan los lugares solitarios, éste no es tu sitio. En China haces cola para todo. Colas largas, eternas, superlativas. Vivirás inmerso en una larga cola de espera para  poder decir que has estado en los sitios mas laureados y afamados.

Pero es tanto lo que este país tiene que ofrecer que te pliegas a las bondades del control estricto, y ocupas tu lugar en la fila. Pero ten cuidado, si la fila avanza y tu no lo haces otro ocupará tu sitio y nadie protestará por ello. Prietas las filas, chaval. 

Escribo esto desde un tren bala que nos saca de Pekín después de disfrutar de las bondades y la libertad que la gran urbe te proporciona. Vamos hacia el oeste, a Datong, a pelearnos con los chinos para ver un monasterio en una piedra y unos Budas tallados en la montaña.

El monasterio suspendido de Datong o templo de Xuankong es una construcción de madera anclada precariamente a la pared de una acantilado con unas puntas y cuatro alambres desde hace 1500 años. Es el único templo que combina las tres religiones principales de la antigua china: Budismo, Taoísmo y Confucianismo. Cuenta la leyenda que fue construido por un solo hombre, un tal Liao. 

La entrada esta restringida a un número máximo de personas de cada vez, supongo que es para que no se venga abajo. De forma que esperas tu turno en una fila que avanza a medida que el templo va vomitando los turistas que entraron antes que tú. El lugar merece el esfuerzo y la paciencia. No te desanimes por la espera. El gran hermano ha previsto una sombra para ti mientras avanzas, sonría a la cámara, por favor, esta usted siendo grabado.

En Datong esta también, al otro extremo de la urbe, las grutas de Yungang Shiku. Se trata de un valle con una serie de grutas destinadas al culto budista. Durante siglos se han esculpido Budas de todos los tamaños. Hay más de 500. Escavados en la pared del acantilado que cierra el valle, en hornacinas. O en cuevas naturales. Algunos, los mas espectaculares, son gigantescos. Otros se han  disuelto como azucarillos por la erosión. Los tallados en el interior de las cuevas, están protegidos de la intemperie y mantienen su policromía intacta. Su visión es impactante.

Pasen y vean. El truco está en esperar a última hora de la tarde. En ese momento y sin saber por qué, la feria desaparece y el número de turistas desciende bruscamente. Es en ese momento, poco antes del cierre de este parqué temático, declarado patrimonio mundial por la UNESCO, cuando el valle es tuyo, y puedes jugar con él a tu antojo. 

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