Hace calor. Un calor absoluto. Sin contemplaciones. La camisa gotea sudor de forma incesante, no corre la mas mínima brisa de aire y la humedad es del 100%. Solo son 39º, pero que quieren ganar puntos para trabajar en el infierno. La cuesta no parece tener fin, sube sin parar hacia la cumbre de la montaña, dibujando curvas imposibles para salvar el risco. Cuando el sol da de espaldas golpea tu nuca con la fuerza de los 1000 guerreros de Xiam, notas como tu médula espinal sube de temperatura en un instante. Bebes y bebes sin parar, como si fueses un pez en el rio, mientras intentas ajustar tus pisadas al inestable firme de los escalones. Son escalones irregulares, sin la mas mínima armonía entre ellos, aquí, donde se jactan de armonías celestiales que solo ellos ven. Cuando la respiración se agita en demasía paramos a buscar resuello, protegiéndonos bajo la mas mínima sombra a nuestro alcance, y son pocas. Las sombras, aquí en China, parecen estar racionadas. O eso, o se las han llevado todas para hacer sus teatros. Llevamos un abanico que agitamos sin parar en un vano intento de bajar nuestra temperatura, pero solo conseguimos que el antebrazo se tetanice y colapse. Preveo una seria tendinitis esta tarde. Cuando llegamos por fin a nuestro objetivo, hemos ascendido casi 300 metros en picado y estamos ya en el corredor de la Gran Muralla. (The Great Wall, en chino tradicional).
¡Ahora sí!
Por fin podemos ver la causa de tanto esfuerzo. La vista es impresionante, y el sector al que hemos ascendido, en tan dura penitencia, es casi nuestro. Solo nos molestan un par de jovenzuelos rusos que corretean cómo si hubiesen subido flotando, los muy cabrones. Ojalá los vea Putin y los reclute.
Hemos buscado un segmento de la muralla poco conocido, y alejado de las masas que todo lo ocupan, pero que no suelen salirse de los sitios mas famosos.
La muralla recorre la cresta de la cordillera, dibujando con una perfección absoluta la linea de la sierra. Es una obra de ingeniería inmensa, magnífica. Cuesta imaginarse tamaño esfuerzo constructivo, es una absoluta, inmensa locura.
Pero me precipito. Antes de llegar a aquí desde Datong, hicimos parada en Chengan. Buscábamos allí el palacio de verano de la dinastía Ming, a donde huían del calor de Beijing en la temporada estival. Parece ser ésta una manía de los emperadores, Adriano hizo lo mismo con Villa Adriana, en Tivoli.
La residencia de verano de la familia Ming esta situada en un inmenso bosque de pinos, atravesado por un río, y es, con sus 5 millones de metros cuadrados, el jardín imperial mas grande del mundo. Es un complejo a escala de la Ciudad Prohibida. Tiene sus edificios armoniosos y celestiales que tampoco puedes visitar, solo asomarte a los ventanales mientras los rodeas por fuera. En uno de ellos se destaca un gran water de seda amarilla donde el emperador evacuaba sus cosas imperiales, bajo la atenta mirada de sus acólitos mas cercanos, que se subastaban el honor de limpiarle el culo. Es el salón de la etérea fragancia celestial.
Justo después, pasando un patio de inmaculada armonía, está el edifico administrativo de la Suprema Clemencia, donde el emperador, ya aliviado, y en estado de Elevada Benevolencia, firmaba sus sentencias de ejecución.
Armoniosamente.
Como es habitual por aquí, el lugar esta abarrotado. Lo recorremos con la rapidez del desesperado que busca una pronta salida de la trampa en la que se ha metido.
Cambiamos de tercio y vamos a ver un monasterio de budismo tibetano, que forma parte del inmenso complejo imperial, pero que esta al otro lado de la ciudad moderna. Lo del budismo tibetano tiene su aquel, pues el edifico principal semeja lo que te puedes encontrar en Lassa, en pleno Tíbet. Como no puede ser de otro modo, esta en el alto de una colina. Allá arriba, bien lejos, para que sufras lo suficiente para despertar la indulgencia de tu Dios.
Total, 3 millas subiendo y tres millas bajando ¡¡Currahe!!.
Por lo menos el lugar ya no está abarrotado, la presencia humana es soportable, con momentos de soledad incluso. Eso no evita que un chino me suelte un sonoro eructo en la oreja y que deja bien a las claras lo que ha comido. Le importa un bledo, se queda tan ancho el tío, feliz de haber aliviado su presión estomacal.
El edifico monacal proporciona visiones inesperadas en estos lugares, es muy parecido a lo que puedes ver en Lassa, aunque un poquito de nieve no le vendría mal.
Salimos de esta estampa tibetana hacia Beijing de nuevo, con la intención de ver una mínima parte de la Muralla. La entrada en la provincia de Beijing se hace por un control policial que mas parece un control fronterizo. Chinos incluidos son chequeados, registrados y admitidos o rechazados según su especial modo de selección. Nos informan que si tu vehículo no esta registrado en la provincia deberas sacarlo en 15 días. El gran hermano no quiere sorpresas.
Tras este control de pasaportes llegamos a nuestro destino. Se accede a la Muralla después de atravesar un Beijing River Town. El River Town es una recreación de un pueblo agrícola tradicional, a la ribera de un río. Pero que no es mas que un parque temático local construido sobre la base de un pueblo antiguo. El tráfico esta prohibido, por lo que debes abandonar tu aire acondicionado a cierta distancia del pueblo, para luego recorrerlo hasta la base del risco que soporta la muralla, subirte a un teleférico, que te ahorra un día de agonía, y terminar el último tramo a pinrel firme. Es este último tramo el que acabará contigo.
Tenemos la suerte inexplicable de que el pueblo está vacío, por lo que su recorrido, moviéndonos de sombra en sombra, es incluso agradable. Sabes que lo que ves es impostado, pero esta bien realizado. La base tradicional original se conserva bien y lo nuevamente construido se ha integrado casi a la perfección.
La caminata, larga, te prepara mentalmente para lo que te espera al abordar el último tramo. Llegas a él ya casi desfallecido y lo inicias ensordecido por los cantos de las cigarras. Están contentas las cigarras, cuanto mas cantan ellas mas calor hace, y mas nos deshacemos nosotros.
Es tanto lo que sudamos que el agua que bebemos por quintales no es suficiente. En la bajada de la Muralla intentamos no meter la chancla en un escalón que provoque nuestra llegada a la base por la vía rápida, notas que te hacen falta sales minerales y un poquito de glucosa.
Es una pájara en toda regla.
Eres como el náufrago, como el perdido en un desierto, como el que baja de la montaña exhausto, moviendo tus piernas por efecto de la mente. Un pasito mas, que allí abajo hay un bar con aire acondicionado y bebida rica, ¡verás que fresquito tan estupendo te espera allí!.
Y con esa promesa te mueves.
¡Un pasito mas!
Cuando por fin lo consigues y entras en la tienducha, te atrincheras justo delante del aparato de aire frio (a 27º lo echa, y parece helado), mientas uno de nosotros acapara todos los palets de bebidas isotónicas que tienen. Un chino se echa un sonoro pedo justo al lado, pero da igual, no nos moverán. Ni todos los pedos ni eructos del mundo podrán movernos de aquí. Su intento de guerra química no tiene éxito, estamos a barlovento de su ventosidad y tenemos el control del combate. Esta esquina fria es nuestra.
Al día siguiente llueve. Mucho. Todo el día. El tramo de Muralla que deseábamos ver lo cierran por seguridad, para evitar desgracias fruto de su suelo resbaloso. Les da igual que mueras de calor y deshidratación, pero se acojonan por cuatro gotas…
Así que nos dejamos caer de nuevo en Beijing. El Pacific, de 5 estrellas y un cometa, nos aloja de nuevo.
La anterior vez nos quedó pendiente de visitar el Templo del Cielo. El Templo de Cielo tiene la peculiaridad de ser redondo, y eso es muy importante. Lo visitamos, por fuera, como es costumbre aquí. Y una vez admirada su redondez, y tras salir a codazos del recinto, nos vamos de compras. Poca cosa, alguna cosita local hecha a mano y alguna tontería electrónica de fabricación china.
Mañana volamos de vuelta casa.
Tenemos planes de volver a China y recorrer la parte oeste con alguna moto alquilada. Sabrina, nuestra contacto y guia local puede encargarse de ello
La nuestra duerme el sueño de los justos en Ulam Bator, en Mongolia, esperando al momento de la resurrección el próximo año. Ricard ha llamado y ya empieza a pensar en la ruta de los huesos y el lago Baikal, que nos quedó en el tintero en esta ocasión.
Eso estimula.
2 Comments
Jorge
¡Extraordinario viaje!
Fue un inmenso placer poder leer vuestras crónicas con ese estilo y humor único, realmente nos hizo sentir como si estuviéramos ahí con vosotros.
Un fuerte abrazo de tu buen amigo, ese que va a por pan, ¡Ya tú sabes!
yo
Ese «panadero» que busca las mejores harinas en los lugares mas insospechados. un abrazo virtual en espera del abrazo de oso que nos merecemos.