Khiva, ciudad fundada, según la leyenda bíblica, por Sem el hijo de Noe del que descienden tanto árabes como judios. Y siendo primos, así se llevan. Dicen que cavó un pozo alrededor del cual se funda la ciudad.
Lo cierto es que es el ultimo oasis antes de adentrase en el desierto.
Pero lo que realmente es, es una Joya encastrada en la ruta de la seda. Lo principal de esta ciudad, lo que la hace valiosa para el viajero es el barrio de Itchan Kala.
El barrio de Itchan Kala está ubicado en la parte interior de la ciudad, atrincherado detrás de las murallas de piedra revestida de adobe. Era la última etapa de las caravanas antes de que éstas se adentraran en el desierto en dirección a Irán.
La ciudad es un fiel reflejo de las ciudades que te imaginas en las mil y una noches. Aromas de caravanas, de mercados y zocos. Sonidos de trasiego humano. Todo parece surgir de un recuerdo ancestral que tenias reprimido y asoma ahora, sin pudor, cuando te adentras por sus callejuelas. Es un decorado maravilloso de adobe y azulejos multicolores.
Su centro histórico es un conjunto de mezquitas y minaretes, madrasas, tumbas, bazares, palacios, o karavasares. Es imposible quedar indiferente en esta ciudad. El lugar hace honor a su nacimiento como oasis. De paz o de agua, que más da. Parece que la magia del lugar pretende hinoptizarte para quedarte aquí.
Nos alojamos en la casa de una matrona que más parece una Mamma italiana que una señora uzbeka. Sus maternales cuidados solo consiguen mejorar la jornada.
El minarete de Khala Minor, hoy casi un símbolo de la ciudad, es en realidad un minarete inacabado. Sus talleres de artesanos trabajando madera o tejiendo seda, siguen pareciendo similares a como eran antaño. Aunque su mercado callejero hoy se orienta a productos de consumo para el turismo, mantiene la esencia de los antiguos bazares.
No se que ofrecerá Bukhará, o la famosa Samarcanda, pero tendrán que esforzarse mucho para mejorar la impresión que esta ciudadela deja en nosotros.
Y partimos, dirección Bukhará, hacia el este a casi 500 km de distancia, la ruta, que bordea el mítico rio Oxus, hoy nombrado Amu Daria, por donde pasó el gran Alejandro. Este agua viene de al cordillera de la Pamir, nuestro destino. Uno de los cuatro ríos del paraíso musulmán y que antaño llevaba su agua al mar de Aral, hoy muere en el desierto.
Desierto del Tar, que no es más que una extensión del desierto del Karakorum, con sus terribles arenas negras y que atravesamos lentamente bajo un calor cada vez más sofocante. El viento sopla cálido desde el sur. Parece el aliento de Alá, que sopla con fuerza para avivar el fuego donde nos vamos asando a fuego lento. No lo sabíamos, pero estamos en la sartén de Alá, el todopoderoso, el que todo lo ve y todo lo oye.
Aunque la ruta discurre en gran parte por una autovía de 4 carriles, no te confíes, vehículos a contra marcha o burros descansando bajo el sol, en medio y medio de la carretera, ayudaran a despejarte. La policía de carretera nos para para recordarnos que debemos descansar, y beber. Lo que nos hace entender con su google translator. No pide documentación, solo insiste en que descanse y beba.
Y llegamos a Bukhará la segunda de nuestras ciudades joya de Uzbekistán, con un calor tremendo que nos tiene deshidratados.
Esperaremos a la noche para visitar su centro. Ya os contaremos.
2 Comments
Pedro
Essooo, a seguir disfrutando. Bicos
Pako G.
se intenta, que no es poco