Personajes
Durante esta singladura, además de los personajes habituales ya descritos, se han sumado una serie de actores que, de un modo u otro, influyeron en el resultado final. El orden en que los muestro es aleatorio, a medida que aparecen en mi cerebro reptiliano.
Pepe: Pepe fue nuestro road líder chino, lo de Pepe es un mote, porque es más fácil de recordar que su nombre chino, que he olvidado. Conductor moderado que olvida poner los intermitentes cuando cambia de ruta, y que olvida sacarlos cuando por fin los pone. Pero demostró tener en mente siempre una conducción segura. Lo suyo no era la conducción por carreteras de montaña, aunque eso, quizá, fuese culpa de su montura china.
Tamdul: Tandu es nepalí, y ser nepalí en China es un handicap. Con facilidad tu opinión no será tenida en cuenta o será directamente despreciada. Son ciudadanos de segunda a los ojos de los Han. Aún así, consiguió mantener la sempiterna burocracia china engrasada durante los días en que Sabrina no pudo estar al frente. Buena persona, leal y trabajador. Suspiró de alivio tras ser relevado de funciones por Sabrina al final del viaje. Le encanta cubrirse el rostro para ponerse moreno.
Gong: Empresario chino de éxito, se unió al grupo tras un encuentro casual con Ricard en una ciudad china. Conducía un SUV Mercedes con escaso respeto por su vida y la de los demás, pero llegó sano al final del viaje. Su ayuda en momentos críticos fue tremendamente útil. Me regaló un regulador para la Fefa; él los fabrica para todo el mundo. Buena gente.
Song: Sun se incorporó a la expedición junto a su hijo, al que le ofreció como regalo de cumpleaños, este viaje, tras preguntarnos si no teníamos inconveniente. Él conducía el coche de apoyo con remolque. Hombre eficaz, resolutivo, con las ideas claras, lo que le llevó a ser un empresario de éxito en el nuevo capitalismo chino. Él nos llevó cogidos por el hocico hasta la misma puerta de Torugart. Su contribución fue imprescindible en esta ruta.
Pueblo Uigur: El Ministerio de Defensa de España, en su análisis de política internacional, define su estatus actual como: «Los uigures, etnia de origen túrquico y religión musulmana de la provincia china de Xinjiang, fueron incorporados a la República Popular China en 1949. Desde entonces, la política de Pekín ha oscilado entre una tolerancia «controlada» de su autonomía y costumbres a la integración forzosa en el proyecto de unidad nacional, incentivado con la emigración masiva a Xinjiang de los han, chinos étnicos que hablan mandarín y que integran las élites respecto a los uigures. Aunque ya venía de antes, la situación de estos se agravó desde los atentados terroristas en Urumqi de 2014. Precisamente, la lucha contra el terrorismo sigue justificando la represión sobre el pueblo uigur, con evidencias y denuncias internacionales de múltiples violaciones de derechos humanos. Por su parte, Xinjiang alberga recursos naturales de interés estratégico para China que hace que el actual Gobierno de Xi Jinping controle aún más férreamente a los uigures, lo que incluye una sofisticada tecnología biométrica.”
Más allá de esta descripción oficial, la realidad sobre el terreno revela un panorama aún más sombrío. La realidad actual es que es un pueblo sometido, fagocitado por los han, de idioma mandarín, y obligados a sobrevivir como se pueda bajo el yugo de la férrea administración china. Los controles policiales son de carácter militar, tejiendo una red densa de la que es imposible librarse. Viven humildemente intentando mantener su singularidad, pero están perdidos: los viejos mueren y los jóvenes se adaptan, incapaces de luchar contra el dragón. Corren el riesgo de convertirse en una atracción turística más de la gran China.
La burocracia china: Aterradora, omnipresente, asfixiante. Una hidra de mil cabezas que renace cada vez que crees haberla vencido. Capaz de crear laberintos indescifrables con una línea recta, de convertir un simple «sí» en un calvario de seis meses. Es la materialización del absurdo kafkiano llevado a su máxima expresión: funcionarios que te exigen la firma de su jefe para preguntarle a su jefe si puede firmar, ventanillas que solo abren los martes que caen en viernes, formularios que requieren sellos de oficinas que no existen desde la dinastía Ming.
Inhumana, sádicamente antipática, grotescamente ineficaz y claramente diseñada para quebrar la voluntad del ciudadano hasta convertirlo en un zombie obediente. No es incompetencia; es ingeniería social pura y dura. Su objetivo no es servir al pueblo, es triturarlo lentamente, machacar su espíritu a base de humillaciones, colas infinitas y papeleos demenciales. Es un monstruo que se alimenta de tu tiempo, tu paciencia y tu dignidad, y siempre, siempre, tiene más hambre.
Sabrina: Sabrina merece una reseña especial, épica. Ya conocida de nuestra anterior singladura en China, se ha convertido en una querida amiga. Trabajadora incansable, soportó sobre sus hombros toda la inmensa y pesada burocracia china, maquinaria kafkiana diseñada para quebrar el espíritu del más pintado.
Durante semanas, la vimos lidiar con funcionarios que parecían salidos de una pesadilla orwelliana, burócratas que cambiaban las reglas del juego cada día, oficiales que te pedían un papel que no existía para darte otro papel que tampoco servía para nada. El sistema chino es una máquina perfectamente diseñada para la frustración: ventanillas que cierran cinco minutos antes de tu llegada, formularios que requieren sellos de oficinas que están en otra provincia, permisos que caducan mientras esperas en la cola para renovarlos. Y ahí estaba Sabrina, navegando ese maremágnum kafkiano con la paciencia de un monje tibetano.
Su estrategia era pura diplomacia de guerrilla: sonrisas calculadas, estratégicas. Desplegadas como armas de seducción masiva, y esa habilidad innata para leer a los funcionarios y saber exactamente qué botón tocar en cada momento. Sabrina no intentaba romper el sistema; lo seducía, lo convencía, lo hacía suyo. Mientras nosotros habríamos declarado la guerra al primer burócrata prepotente, ella tejía alianzas silenciosas y movía hilos invisibles en esa red de corrupción institucionalizada, manteniendo siempre esa sonrisa que ocultaba la presión volcánica de sus entrañas.
Lo más admirable es que nunca, jamás, nos traspasó ni una pizca de su estrés. Mientras por dentro la presión la estaba convirtiendo en una olla a presión a punto de estallar, por fuera mantenía esa sonrisa serena, ese «no pasa nada, ya está solucionado», ese «mañana seguro que nos dan el permiso». Nosotros, ajenos a la batalla épica que libraba cada día, seguíamos nuestro camino felices e ignorantes, mientras ella se dejaba la piel en despachos polvorientos, comisarías siniestras y oficinas donde el aire se podía cortar con un cuchillo.
Y entonces llegó el momento. Cruzamos Torugart, pisamos suelo kirguís, y la olla a presión que era Sabrina se abrió de golpe. Se echó a llorar como una magdalena, liberando semanas de tensión acumulada, de noches sin dormir, de batallas burocráticas ganadas a pulso. Lloró de alivio, lloró de agotamiento, lloró porque por fin había conseguido sacarnos de ese laberinto chino con todos los papeles en regla y sin que nos faltara ni un sello.
Lo más increíble de todo es que semejante trabajo titánico lo realizó no por dinero, sino por amistad. Porque nos quería lo suficiente como para meterse en ese berenjenal burocrático, para aguantar humillaciones de funcionarios prepotentes, para invertir su tiempo, su salud mental y su paciencia infinita en hacer posible nuestro sueño aventurero.
Sin Sabrina, esta ruta increíble nunca, jamás de los jamases, se hubiera completado. A ella se le debe el éxito, sin la menor duda. Y también se le debe una deuda de gratitud que jamás podremos saldar completamente.