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Annuntio vobis gaudium magnum. Habemus data

Salida programada XX-Y-2025

PRÓLOGO

Están siendo problemáticas las semanas y los días previos a la partida. Uno tenía la idea de que a medida que envejece sería más fácil tomar decisiones y abstraerse de las complicaciones laborales. Pero no, parece que todo el mundo lo quiere todo al mismo momento, como si se pusiesen nerviosos por nuestra próxima ausencia. En este mundo cada vez más exigente resulta que desaparecer del mapa 6 semanas es considerado poco menos que un pecado mortal. Pero no cederemos, nos iremos. Y volveremos. Pero antes habremos de cumplir con el viaje.

¡Ah, el viaje! ¡Esa es la cuestión!.

Creo que ya lo he comentado, el viaje es peculiar este año. No es especialmente difícil aunque sí singular. Ese cruzar Mongolia por el desierto para entrar en China. Recorrerla hacia el oeste siguiendo la mítica y desmadejada Ruta de la Seda y acabar en Kirguistán. 

Kirguistán bien parece el centro de Asia, su estratégica situación lo convierte en un hub para todo tipo de viajes por esta zona del mundo. Lo de completar la ruta de la seda en su último tramo al revés no deja de ser pintoresco. Vamos al final y volvemos como Marco Polo de vuelta a Venecia. 

La Ruta de la Seda no es una ruta fija, es un desmadeje de alternativas. Vas bien si cuando empiezas cada mañana a moverte, el sol te da en la espalda y acabas la ruta poniéndote las gafas de sol para ver el camino. Siempre al oeste. 

Si vas al oeste, llegas. 

Es mítica la Ruta de la Seda, y más en su tramo chino. Lo reconozco, pero no reina sola en el Olimpo de los caminos legendarios. Existen, en este mundo cada vez más civilizado, varias rutas que son meca de viajeros y overflanders. Están la Ruta 40 en Argentina, la ruta del Pamir por Tayikistán, saludando a los talibanes al otro lado del Río Panj. Y la ruta trans-Taklamakán, en China.

Ellas componen la santísima trinidad de las hiperrutas en moto, sin que ello suponga agravio a otras sendas de pareja nobleza, como son la Transamericana, la Karakorum y la feroz Kolyma. O la que lleva hasta la muy hidalga villa de Betanzos.

Nos queda aún por completar el equipaje, algo que vamos haciendo poco a poco, pero que va retrasado. Nos olvidaremos cosas útiles y llevaremos cosas inútiles. Siempre acontece eso. Lo primordial en esta fase es no equivocarse demasiado.

Además, como en todas las vísperas de un viaje, nos asalta el aguijón permanente de los Lestrigones, esos viejos conocidos que glosa Cavafis en su poema sobre la vuelta a Ítaca «cuando emprendas tu viaje a Itaca, pide que el viaje sea largo…»

Este año los malditos vienen en forma de duda. Una constante duda sobre cuál será el estado de nuestras motos invernadas en Mongolia, a cargo de Chinzorig. Si no cumple corremos el riesgo de ser unos Ulises con el barco averiado.

EL GRUPO

Somos un grupo variopinto, ecléctico, pero que tiene en común la veteranía. Soldados veteranos de los tercios viejos. Con harta y cumplida experiencia en diversas y difíciles escaramuzas aventureras. El que más y el que menos se vio bien acuchillado en alguna ocasión, que no hace más a la experiencia que el verse cumplidamente enfrentado a la parca.

Todos portamos más cicatrices que si nos hubieran persignado con el filo de una guadaña.

No peco de soberbia si digo que poca más sapiencia en las cosas mundanas se puede encontrar en este grupo. Todos combatientes de recio cuajo, templados al calor de mil batallas, capaces de componer versos ante las mismas puertas del infierno y reírse después en las barbas del diablo. Hábiles en industriar soluciones cuando la jornada viene mal trabada. Algo que, por fortuna, acontece siempre y sin que uno lo quiera. 

Es una buena y recia tropa. Hecha a la vida de frontera. En nuestro particular argot se mezclan palabras originarias de los más recónditos lugares del mundo. Palabras y expresiones rusas, kirguisas, mongolas, kazajas,… chinas. Aquel largo y desmadejado hilo de seda en el que nos dejamos enredar, hace ya unos luengos años, va dejando poso en nosotros. La tropa no es muy numerosa, pero como digo está bien fogueada en las lides del camino y la aventura. En verdad os digo que hacemos una linda cherinola de caimanes.

¡Perdonad!, no he dicho quiénes somos; permitidme que remedie tal descuido, ofreciendo a vuestras mercedes unas pinceladas sobre cada uno de estos hidalgos de camino y aventura, pues su temple y sus hazañas bien merecen crónica, que no en vano han surcado tierras ignotas y desafiado peligros que harían temblar a los más aguerridos soldados de fortuna.

Estamos Dani, Ramón, Ricard y Eva. Y el que esto suscribe, por supuesto, que los acompaño. O viceversa, que tanto monta, monta tanto.

Daniel: Con él cruzamos las tierras kirguisas durante la gran pestilencia del siglo nuevo. Juntos atravesamos Europa hasta las fauces de la guerra ucraniana. Y cuentan los que lo vieron que el muy bellaco corrió mundo desde las tierras del Turco hasta el mismísimo Cipango, sin dejar reino por hollar en toda el Asia. Su actual rocín descansa en Ulán Bator junto al nuestro, como hermanos tras la batalla. Dueño de unas posaderas de acero templadas en las llanuras kazajas, cual fragua de Vulcano. Su nombre apenas figura en las crónicas, mas su ingenio aparece en notables manuscritos y videos overflander.

 

Ramón es vástago de antiguas cepas montañeras, maestro en el arte de domar cumbres altísimas. Como cronista de empresas temerarias, su pericia guió las capturas de imágenes para los anales de ‘Al filo de lo imposible’. 

La montaña ha herido su carne con garras de piedra viva, pero ha renacido de cada herida, portando sus cicatrices como estandartes de gloria. Ramón lleva su biografía a lo vivo, pintada en la estampa. Es jinete metódico y sabio, de andares pausados y siempre seguros. En él se entiende el ancestral dicho que recomienda respeto ante el veterano que sobrevivió a oficios y venturas donde se muere joven.

 

Ricard: Donde Ricard acaba, Asia principia, y donde Asia termina, Ricard comienza, en círculo perfecto. Si la antigua Seres quisiera elegir embajador entre los bárbaros extranjeros, sin duda sería él. Trazó la ruta que va de Pekín al Finisterrae cuando tal empresa ni siquiera merecía mención en los anales. Consumado jinete, negociador que haría dudar al mismísimo Khan, conoce los arcanos de Oriente mejor que un mandarín viejo. Posee el misterioso Guanxi, llave maestra que descorre los más infranqueables cerrojos.

 

 

Eva es gentil dama que gusta de danzar sobre el filo de la espada, como muestra la extraña devoción que profesa a quien este relato escribe. Mi escudera, mi confidente y dueña de mis quimeras. Ha contemplado reinos próximos y atravesado comarcas remotas desde la grupa de nuestra moto. Su labor de copiloto mitiga mis excesos, dulcifica la ruta y asegura el destino. Sin su compañía, este hidalgo no emprendería camino alguno. No por apocamiento del ánimo, sino porque ella es la verdadera cartógrafa de mi destino.

 

 

Y yo, quien esto escribe. Hidalgo aprovechado, soldado overflander que por ventura se nutre de la pericia de mis compañeros de armas. Así que me uno a esta mesnada, ordeno a mis rodillas malheridas que callen sus lamentos, ciño la panza bajo el peto y, cual nuevo capitán de dudosa bravura, avanzo al son de los tambores.

 

 

Este es el resumen de la bellaca tropa, lista para cumplir sueños del este al oeste de Asia. A poner de nuevo nuestra salud al parche de un tambor, igual que quien arroja dados o pide naipe. A jugar de nuevo en una aventura que suena deliciosa antes de empezarla, tentadora como una cortesana del jardín de las delicias. ¡O del serrallo del Gran Khan!

 

LA RUTA

La traza de esta campaña es de gran simpleza, aunque no exenta de gallardía. El buen Dani, la gentil Eva y este vuestro servidor habremos de alcanzar la capital de los mongoles para liberar a nuestras monturas de la mazmorra en que yacen cautivas desde la pasada primavera. Bruñiremos sus aceros hasta sacarles el lustre que merecen y untaremos sus vísceras mecánicas con los más finos aceites. Y cuando estén prestas, emprenderemos la marcha hacia los dominios meridionales, hendiendo con nuestras ruedas las infinitas arenas del desierto que llaman del Gobi.

En los confines de la Gran China habrán de aguardarnos los otros miembros de nuestra compañía, quienes ya estarán pertrechados con sus corceles, oriundos del Imperio del Centro. Y así, reunida toda la tropa, desplegaremos banderas para dar puntada tras puntada en el vasto tapiz chino, siempre en dirección a poniente, hasta atravesar el postrer portón de la mítica muralla, para luego desafiar las arenas traicioneras del temible Taklamakán, ese páramo que los antiguos nombraban como «el lugar del que no se retorna». Después, siguiendo la estela de caravanas milenarias, tras dejar atrás la antigua ciudad de Kashgar, nos encomendaremos a la fortuna para trepar por las Montañas Celestiales y, Dios mediante, penetrar en las tierras de Kirguistán, donde habremos de dar reposo a nuestros molidos huesos entre los suaves lienzos del Palacio de Bishkek, regentado por la noble casa de Hilton, que es posada de cinco estrellas y un cometa, que no menos merece esta compañía de veteranos tras tan ardua travesía.

¡China!, ¡Ruta de la seda!, ¡Taklamakán!, ¡Montañas Celestiales!  

Son nombres que juegan en nuestra alma rebotando como ecos, haciéndonos escuchar antiguas gestas y el rugido de vientos milenarios.

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