Ferry Barcelona-Civitavecchia- 28-2-2022.
Es este el dominio de los camioneros. Campan a sus anchas con sus pantalones de chándal y sus camisetas, en ocasiones insuficientes para tapar sus orondas barrigas.
Las mascarillas no se usan en este tiempo pandémico. Fuman donde quieren y pasean sus mascotas por la cafetería. Ellos son los amos del lugar. Los demás somos una tribu diferente.
Es casi marzo y hay pocos viajeros.
Estamos aquí intentando llegar a Grecia, pero Grecia no era nuestro destino, somos Ulises despistados.
La moto está configurada para ir a África, con su maletas de aluminio, sus defensas y sus ruedas para arena, pero hemos acabado aquí. El capricho de unos y las circunstancias de otros nos dirigen como pastores dirigen un rebaño. Y nos trajeron a este ferry.
Josín salió hace unos días, la intención inicial era Mauritania, pero el sátrapa marroquí, enfadado como un crío con nuestro gobierno, mantiene cerradas las fronteras con España, no se puede pasar.
Entonces dirigimos nuestra mirada a Túnez, que parece ser el más razonable de los países norteafricanos y solo pide un certificado de vacunación. ¡Cartago nos espera! Y con él, Luke Sky Walter y el planeta Tatooin.
El guionista, sin embargo, tiene ganas de juerga. Primero retrasa nuestra salida de Barcelona a más de 7 horas, para finalmente suspender la salida y demorarla dos días. No salimos el sábado, saldremos el lunes. Y eso supone perder el billete a Túnez.
Josín, que va por delante con Bea, nos escribe: “Esto es una mierda. No se puede ir a Túnez, nos dieron la vuelta y perdimos la pasta del barco. Ayer cambiaron la normativa, y no se puede viajar salvo con todos los hoteles pagados, indicando dónde vas a estar cada día, y billete de vuelta pagado. Tema covid dicen. Voy a cagarme en todo lo que hay. Así que voy apagar el móvil, tomar una botella de vino, u dos y a ver mañana pa donde tiramos…Turquía quiere Bea, a ver q cojones hacemos!!!!!🤦🏻♂”.
¡¡¡Túnez cierra sus fronteras de forma sorpresiva!!!
Solo permite viajes en grupo y con un alojamiento pre-programado en toda la estancia. Ese no es nuestro modo de viajar. Josín y Bea no pueden embarcar. Estos tiempos extraños que creíamos ya superados, nos devuelven de una bofetada a la realidad.
¿Que hacemos ahora? Pues Grecia. Los pastores nos dirigen hacia ella de forma inevitable. El norte de Europa no es opción por el mal tiempo. África nos dio la espalda. La huida nos dirige a Atenas una vez más.
Saltando de ferry en ferry, cruzando Italia para llegar a Grecia a encontrarnos con nuestros amigos en un bar cualquiera de Atenas. Donde tenemos una botella de vino para mojar la vida. ¡¡¡Y que venga el diablo si quiere!!!
¡¡Frío!! Hace un frío del carajo. Ese frío roedor que poco a poco te engulle por completo. Crees que vas bien vestido, pero tras horas de conducir a 1ºC ya nada es suficiente. Italia está sufriendo una ola de frío que la cubre toda.
Llegamos a Bari temprano, arreglamos nuestros billetes y nos dedicamos a descubrir una ciudad que siempre ignoramos, una ciudad de paso. Pero no, Bari se nos muestra con la soberbia y la suficiencia que solo una larga historia puede otorgar. Su casco viejo respira vitalidad y decadencia a partes iguales. Es una decadencia fruto de la experiencia de siglos. Sabe que no tiene que esforzarse por sobrevivir. Vive joven y fresca, elevandose sobre siglos de cultura e historia.
La ciudad está dedicada a San Nicolas, con una basílica que no tiene nada que envidiar a las mejores de Roma. Para nosotros fue un descubrimiento esta ciudad portuaria. Su casco histórico esta lleno de pequeños huecos y recovecos. El trafico rodado solo esta permitido para bicicletas y ¡motos!, me caen bien estos italianos. Pasamos la tarde, esperando la hora de embarcar, en esta ciudad pequeña pero italiana a mas no poder.
¡Estamos en el ferry más rápido del mundo! Anuncia la megafonía. Vamos camino de Grecia. Ya hemos embarcado.
Un orondo camionero se hace con una botella de clarete y otra de vodka, ninguna verá el amanecer.
Desembarcamos en Igoumenitsa antes de que salga el sol. El camionero del vodka fuma, inestablemente, en la borda del barco a la espera de la apertura del garaje.
El GPS ofrece una ruta más rápida por la montaña, se la rechazo amablemente. Seguro que por ahí arriba va a hacer un frío tremendo. Escojo la ruta de la costa, mas larga, pero mas cálida. El GPS, sin dudarlo, nos mete en la montaña, hacia Mordor.
Tenía razón. Hace un frío del diablo, exactamente 8º bajo cero. Un área de servicio con café expreso y calentito viene al rescate. El sol sale entre las cumbres nevadas de Grecia, pero es un sol mortecino, un sol que no calienta. Un sol hereje.
Poco a poco la temperatura sube a unos confortables 5 grados, en cuanto bajamos a la altura del mar. El impresionante puente de Patras se recorta contra las montañas nevadas. Nunca creí que fuera a verlo así. La ultima vez lo pasamos sudando a 37º. Vamos hacia Atenas, pero esta vez pararemos antes en el canal de Corintio.
Es una obra que parece sacada de un cuento, de un cómic. Te asomas hacia el y ves un tajo que cae a plomo hacia el agua. Si miras al norte ves el golfo de Corintio y al dirigir la vista la sur, el Peloponeso. Es estrecho. Es poco profundo, provoca vértigo y casi no funciona. Es inútil. Solo sirve para hacer puenting y para el paso de barcos pequeños. Nunca cumplió su función de forma adecuada.
Estamos en Plaka, desayunando un yogur griego y una tortilla con queso. ¡Y café!
Ayer nos encontramos aquí con Josin y Bea. Tiene un gusto especial encontrarse con amigos cuando estás de viaje. Plaka, ese barrio ateniense, es como un pueblo, tiene vida de pueblo, se grita en las calles como en los pueblos y se interactúa como en un pueblo. Tanto pasa un repartidor despistado preguntando por Fulanito, como una furgoneta con megáfono ofrece servicios de reparación. Vida de pueblo.
Hoy nos vestiremos de turistas, Bea no conoce Atenas.
Atenas debe empezar a verse por su centro mismo. La ciudad se construye alrededor de la acrópolis y es Plaka el barrio que la rodea.
Alguien debería explicar que las cariátides dan la espalda a Atenas, y vuelven su rostro hacia el Partenón. Partenón que se mantuvo intacto hasta que un obús veneciano, disparado durante la guerra de La Liga Santa, el 27 de septiembre de 1687, hizo explotar el polvorín que en su interior cobijaron los invasores otomanos. Dañándolo irremisiblemente.
Esta dedicado a la deidad protectora de Atenas. Atenea Nike, la vencedora, que da nombre a la ciudad. Es su diosa protectora tras derrotar a Poseidon por el derecho de apadrinar la polis. Por eso es Nike, la vencedora. Ella fue la que les dio el mejor regalo, el olivo. El primero de ellos aun puede verse hoy en un lateral de Onphiteron, al lado de las cariátides. El pobre y triste Poseidon intento sobornar a Atenas regalándoles fuentes de agua, pero claro, resultó ser agua salada. No coló.
Hoy se reconstruye piedra a piedra, rellenando lo destruido con mármol procedente de la misma cantera que la piedra antigua. Piedra que por ser recientemente expuesta a la luz, muestra un color blanco purísimo, en contraste con la antigua, ya de un envejecido tono oxidado. Se forma así un escenario en blancos y dorados haciendo cohabitar lo antiguo con lo nuevo. Es una buena idea.
¿Sabias que las columnas del Partenón no son paralelas? ¿Que confluyen en forma de pirámide en un punto de fuga a 2000 metros de altura?
Recorres el teatro de Dionisios, el más antiguo del mundo antiguo, con las cátedras donde las clases mas pudientes se sentaban en primera línea. Un guardia con un silbato te reñirá si pones una parte de tu cuerpo en el, como cuando te contorsionas para intentar sacar una foto medianamente original.
Todo esto ha sido construido por hombres libres. Algo dedicado a los dioses debe hacerse por devoción, no por obligación y un esclavo no puede hacer tal cosa. Piensas en ello mientras recorres el recinto, mientras subes y bajas escaleras, mientras te recreas con los pequeños detalles esculpidos en las columnas. Y te abandonas. Y vuelves tú memoria a la edad dorada de Pericles. ¡Ah! Grecia, ¿que sería de nosotros si no hubieses existido?
Desde las murallas de la acrópolis observas los barrios atenienses, el orgulloso y piramidal Likabetus, el estadio olímpico de la antigüedad y el estadio que se erigió para los primeros Juegos Olímpicos modernos en 1896, el Kallimármaro.
Y Plaka, el humilde y fantástico barrio de Plaka, que se empecina en encaramarse a la acrópolis, abrazandose a ella. Cierto es que el turismo lo desborda en ocasiones, pero sus callejuelas mínimas, esas que se encuentran en los lugares mas recónditos del barrio, sus casitas que parecen chabolas palaciegas, sus pequeñas ermitas… todo en armonía con tabernas típicas donde tomar Mousaka y beber resina, el fuerte y aromático vino ateniense.
Desde Atenas se ve el lugar de la batalla naval de Salamina donde Atenas derrotó a los persas acabando así con su intento de dominio. Y así, aquí en Grecia, quedó grabada la frontera entre occidente y oriente para toda la eternidad.
Pero para eso antes hubo que preparar el terreno más al norte. En el estrecho paso de las Termópilas. Allí un grupo de guerreros espartanos apoyados por soldados locales se plantó ante los persas. El estrecho, en aquella época de unos 10-15 metros, junto a la determinación de aquellos soldados, detuvo al inmenso ejército persa durante el tiempo suficiente para permitir organizar la defensa en Salamina.
Hoy el estrecho ya no existe, los aluviones rellenaron la bahía y formaron una llanura entre las montañas y la orilla del mar. Un pequeño monumento, casi olvidado, al lado de la carretera, señala el lugar donde cayo Leonidas y sus 300. Nos recuerda, 2500 años después, por qué somos lo que somos.
Maratón, Termópilas, Salamina. Batallas de hombres libres oponiéndose a la tiranía. La historia que se repite a lo largo de toda la humanidad. A veces ganan los hombres libres, otras los tiranos. Pero solo los hombres libres crean cultura y sociedades abiertas. Aquí, en esta segunda guerra medica, ganaron los hombres libres. Ganamos nosotros.
La vuelta nos lleva por la ladera sur del monte Parnaso, donde viven las musas de poetas y músicos, y nos sitúa a los pies del oráculo, en Delfos, dónde esta el centro del mundo, su ónfalos.
Huimos de la masificación que tan conocido nombre provoca en el turismo de autobús.
Dirigimos la moto por las laderas de la cordillera. Nos perdemos por las carreteras más pequeñas y hallamos aldeas con bares que adornan sus mesas con manteles de cuadros, y sillas con banqueta de mimbre. Una cerveza al aire libre, acompañada de queso feta aliñado con aceite y tomillo nos hará olvidar los pecados del mundo.
La vía nos acerca poco a poco a la costa norte del golfo de Corintio.
Una vez alcanzado el nivel del mar, la carretera nos recuerda a la que sigue la Costa Dálmata, orillando el Adriático por Croacia. Un asfalto, en ocasiones excelente, permite disfrutar de las curvas de terciopelo que juegan con los caprichosos quebrados y nos regocijan con esta vista deliciosa. Tienes ganas de primavera, y aunque frío, hoy luce el sol. Es una buena ruta!
En Patras nos espera un ferry hacia Italia, que conseguimos embarcar tras un tedioso proceso de formularios y QRs.
En este mundo post apocalíptico el código QR es un imprescindible, igual que los formularios PLF, cada país con el suyo. Los dispositivos móviles se convierten en herramientas vitales para viajar hoy en día.
Cubres un formulario para poder embarcar hacia Italia, que incluye el certificado de vacunación, donde has estado, a donde vas, con quién vas, por qué vas, hasta cuando vas, por donde vas…
Siempre, de forma continuada, al subir y al bajar del barco, como si la situación de vacunación hubiese cambiado desde que subes hasta que bajas. Es tedioso, es molesto, es absurdo. No sirve para nada más que para que nos controlen mejor.
Montamos una pequeña fiesta gastronómica en el bar del ferry, Vino y queso griego. Risas y conversaciones entre amigos. Nos separaremos en Italia, tenemos diferentes planes. El frío extremo y la lluvia en un viaje preparado para otro clima nos ha enmohecido un poco el espíritu.
Italia no defrauda, intensas tormentas de granizo y nieve, cruzando los Apeninos, nos obligan a refugiarnos debajo de un puente mientras pasa la tormenta. Somos peregrinos errantes, pobres desgraciados al albur de los elementos, hojarasca solo digna de ser pisoteada.
El teléfono dice basta, la humedad caló hasta sus entrañas y nuestros códigos QR y PLF y toda esa patraña de cosas oficiales anti COVID, desaparecen entre una nubecilla de humo etéreo. Me parece escuchar una risa sardónica proveniente de los lestrigones. Creen que han ganado, que nos han derrotado. No puedes moverte sin un QR que lo autorice y que te permita sacar un PLF, que te permita embarcar para poder mostrar un certificado de vacunación cuando llegues a España, y que mostraste para embarcar. Y eso solo puede hacerse por medios digitales. ¡Necesitas un móvil moderno!, te jodes.
Pero somos ya expertos y esa experiencia hace que otro móvil este disponible, el que usamos para controlar el dron se convierte en nuestro móvil de reserva, al que configuro para rescatar esa información digital que he guardado en la nube. Los lestrigones se retiran cuchicheando a un rincón.
Nos dirigimos a Civitavecchia, cruzamos los Apeninos con nieve y frío, pero sale el sol a media mañana y los pueblos de montaña italianos no decepcionan, son pequeños pero elegantes, con sus basílicas e iglesias renacentistas, que están abiertas sin miedo alguno al expolio. Antes de Civitavecchia pasamos por Ostia, a ver el puerto de Adriano y la fantástica dársena hexagonal. Pero no puede ser. Puedes ver todo menos esa dársena. Es mas, la tapan con setos y arboledas para que no la veas. Parece ser propiedad privada de un hotel de lujo cercano. El policía que nos tomó la temperatura para entrar al reciento, al aire libre, tuvo que hacerlo dos veces, nuestra frente motera no pasaba de los 32 grados.
No hubo forma de ver el famoso hexágono.
Nos volvemos a España, donde nos espera un absurdo control de salida del ferry. Una empleada, una sola, intenta que el desesperado tsunami de pasajeros y conductores que salen del ferry le enseñen el QR antes de abandonar la dársena. La oleada la esquiva por todos lados. Es una misión imposible. Es una estupidez. Es una oda a lo absurdo. Son medidas que se toman para mantener una pose de rigor que no existe.
Pero el viaje no acaba. Iremos hacia casa, sí, pero no sin disfrutar de las pequeñas cosas de nuestra península que están por nuestra ruta.
Belchite, al que ya no rondan los zagales, donde ya no se escuchan las jotas que cantaban nuestros padres.
Belchite es un pueblo aragonés donde se luchó una cruenta batalla durante las operaciones militares en la batalla del Ebro, en la guerra civil. Se ha dejado tal y como quedó al finalizar la guerra. En teoría para que sirviera de recuerdo a las generaciones futuras sobre las barbaridades de la guerra. Yo creo que se conservó porque los atacantes eran “los rojos” y los defensores “los azules”, y el ganador fue Franco, un conocido hooligan azul. Había que enseñar al pueblo español lo malos que eran los milicianos.
Independientemente de controversias políticas, el pueblo es un escenario que no deja indiferente. Está cercado, solo lo puedes visitar con guía, algo razonable, dado el estado ruinoso de muchos edificios. Pero puedes colarte, sin saltar ninguna valla, si buscas bien por el perímetro. El pueblo esta dominado por el campanario de la iglesia, que fue atalaya de centinelas y francotiradores. Su estructura acribillada a tiros de fusilería da fe del interés en neutralizar a los defensores allí encaramados. La cúpula de la iglesia esta perforada de tiros de mortero y dan un aspecto tétrico al lugar. Columnas que ya no sujetan techumbres, paredes en precario equilibrio, callejones quebrados dónde buscar desenfiladas de tiradores, cráteres de mortero. Cascotes y ruina. Esa es la guerra.
Imaginar lo que allí ocurrió resulta fácil y sin embargo, no creo que se alcance a entender nunca la magnitud del terror que provoca la guerra al asediar un pueblo. Recorrimos la abandonada aldea solos, en silencio, rodeados por los fantasmas de los combatientes que allí quedaron. Nunca el silencio me pareció mas aterrador que en ese lugar. La Laguna Estigia se me antoja mas alegre.
Cruzamos despacio España hacia el oeste. En los fértiles campos de Aragón y Castilla empiezan a florecer los almendros. Son precoces los almendros en vestirse de primavera, antes aún de que nazcan sus hojas, lo que les da un aspecto peculiar, desnudos de hojas se adelantan a la primavera hechando flor entre escarchas, frío y viento. Se adornan de alba y rosa intenso antes de vestirse de verde. Contrastan los capullos rosados con el azul intenso del cielo despejado, o con las nubes oscuras de ese mismo caprichoso cielo, que ahora te calienta y en un segundo te sumerge en lluvias heladas.
Cruzando la sierra de la Demanda nos llama la atención el campanario, que parece tallado en la roca, de la iglesia de San Pedro Apóstol, en Hacinas. No lo conocíamos, pero nos llama desde la lejanía, queriendo presentarse, nos paramos a verlo. El campanario responde a los restos del antiguo castillo medieval, que hoy sirve de campanario semirupestre al templo. La iglesia de San Pedro Apóstol es de origen románico, pero pincelada ya con retoques renacentistas, barrocos y neoclásicos. Es el entorno de las ruinas el castillo lo que hace el lugar atractivo. Existe un museo de arboles fósiles en el pueblo y dos o tres sitios para reponer el cuerpo con autentica comida castellana, recia y calórica.
Deseamos llegar a casa, buscar calor y aprovechar los últimos días de estas vacaciones extrañas en un destino mas cálido. Panama empieza a abrirse paso en nuestra cabeza, tímidamente, pero constante. Rondando impúdico por nuestros pensamientos. ¡Ummm, Panamaa…! ¿Y si sí?
En Poio, primavera de 2022.