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Un chicle de goma quemada, un Overflander mayestático y un castillo de merengue

Huele a goma quemada y la moto vibra. La primera en darse cuenta es Eva, que para algo es mi copiloto. Paramos en la cuneta de esta extraña autovía turca y el olor a goma quemada es mas intenso. La rueda trasera brilla como pastel recién salido del horno. La toco y quema, no es que esté caliente, no. Arde.

Es sorprendente que el neumático aguante semejante castigo,  cargada como va la moto no se deflacta de todo. Es evidente que esta pinchado, peno no veo como.

Parados en el arcén, pasa una KTM muy pinturera, con amarillos chillones sobre sus naranjas de fábrica y con más pegatinas que collares tiene un rapero de Manhattan. 

El hombre nos ve y se pasa, pero gira 180º en la autovía y viene a nuestro encuentro a contra marcha. Es Giampiero, un viajero veterano, italiano, con más experiencia que preguntas tiene un abogado. Su página web http://www.motorbiketravel.it, en italiano, dá buena muestra de ello.

Giampiero se empeña en quedarse con nosotros y nos acompaña con la asistencia de carretera (si, asistencia, de carretera. Con su plataforma y todo) hasta un cutre taller en Gelibolu, donde después de desmontar la rueda, se la llevan a otro taller, vuelve el hombre con un despojo de goma frita que era nuestra cámara ultramegareforzada marca ACME. Todos ojipláticos sacando fotos a semejante espectáculo. Nunca vi, olí, toqué o percibí semejante cosa en mi vida. Y Giampiero tampoco! Y eso ya es mas extraño.

Empieza bien el viaje, con los lestrigones dándolo todo, los muy cainitas!.

La experiencia sirve para conocernos mejor, buscamos hotel, cenamos a la turca y mañana el viaje seguirá.

Y sigue, hacia Pamukkale. 

Pamukkale es emplazamiento turístico por excelencia, visible desde la distancia a medida que te acercas a él. Es un gran castillo blanco formado por aguas termales ricas en cal. Este fenómeno natural produce gruesas capas blancas de piedra caliza y travertino que bajan en forma de cascadas por la ladera de la montaña, lo que dá sensación de estar ante una catarata congelada. Tiene el aspecto de un pastel de merengue derretido. Estas formaciones también adquieren el aspecto de terrazas en forma de medialuna, que contienen una capa de agua poco profunda y de un azul cielo purisimo.

En su parte alta está la ciudad de Hierapolis, que en otro sitio del mundo seria una gran atracción turística por sí misma. 

El blanco inmaculado de la cal  tiene en algunas zonas, tonos dorados y pardos que parecen darle volumen. Es el resultado de aguas fecales que hoteles en lo alto, hoy derruidos, vertían sobre el blanco puro del lugar. Son vetas de mierda pura.

Merece la pena la visita a esta peculiar localización, solo otro lugar en el mundo, en Oaxaca, Méjico, parece  competir con él. 

La cena al aire libre resulta deliciosa y nos deja acribillados a base de picotazos de mosquitos, turcos ellos.

De aquí, casi sin paradas, hacia Diyarbakir, para darle una vuelta al Kurdistan y visitar viejos amigos. 

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