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Gótico entre trigales

GÓTICO ENTRE TRIGALES O VERDE QUE TE QUIERO VERDE

Villamorón ya no tiene vecinos. Es un pueblo abandonado, sus calles hoy son verdes de trigo verde. Semillas que germinaron donde antes corrían zagales. Sus muros de adobe se disuelven en la lluvia, y hoy el silencio es el dueño de caminos y senderos. Es inevitable buscar referencias en la memoria. Belchite (Pueblo viejo de Belchite, ya no te rondaran zagales…), Any, en la lejana frontera Armenia, con su 1001 iglesias. El sonido del silencio vuelve a atronar en nuestra memoria. 

Nos regocija ese sonido de la soledad más absoluta.  Y se dispara nuestra imaginación mientras nos envuelve esa atmósfera irreal. Se dibujan caminantes, mercados, vecinos, zagales que juegan juegos olvidados. La vida de antes. Florituras de la mente en este fresco día de primavera.

Llegamos aquí por un camino de agricultores, que en esta mañana de mayo esta rodeado de inmensos trigales verdes. Son verdes de todos los tonos. Desde un casi amarillo a un casi azul oscuro, cada finca tiene el suyo. Y todas tienen amapolas. Amapolas rojas que salpimientan el paisaje para darle el punto justo de belleza. Tranquila y excelsa belleza. Hay unas nubes que parecen descargar, pausadamente, su bendita agua cerca del horizonte. Huele a primavera húmeda y fértil.

No estamos aquí por casualidad, buscamos una catedral, una edificación fuera de lugar.

 

La imponente mole de la iglesia de Santiago Apóstol se muestra ya desde la lejanía, alzándose entre adobes y galpones abandonados. 

 

Su porte, magnífico, recuerda a otras iglesias propias de esta región de España. Pero esta es mas imponente aún si cabe. Es una catedral impropia de este lugar olvidado, es un castillo defensivo. Es imponentemente llamativa. La proporción del templo con su entorno, lo magnifica.

El templo tiene un estampa acastillada. Su campanario simula más ser una torre del homenaje, donde las almenas son sustituidas por campanas, que un  simple campanario. Desde su altura, se puede vigilar toda la planicie. Parece tener un carácter rudamente defensivo.

Es como una pequeña catedral levantada en mitad del páramo, en pleno siglo XIII. Representa el inmenso esfuerzo de un pueblo campesino capaz de contratar a los mejores canteros y artesanos de su tiempo. Además de su rosetón y su campanario/torreón, destaca una gárgola demoníaca junto a la puerta principal. Lucifer esta presente aquí, convertido en piedra inmóvil. Esculpido con un detallismo fino y delicado, dando forma a una silueta enérgica que muestra una extraña ferocidad en su boca abierta repleta de colmillos. La representación del mal a las buenas gentes campesinas.

La visita a este lugar mejora si te acercas a el con humildad viajera, y lo hace aun más si tu GPS te ayuda evitando las carreteras asfaltadas. Si eras urbanita, no temas por ello. El camino agrícola es llano y fácil. Llega, párate y disfruta. Pasea caminos olvidados, fija tu mirada en los detalles. Asómbrate con la infinidad de verdes que da el trigo verde.

Y si tienes suerte y la iglesia esta abierta, no temas refugiarte en su interior para abandonarte a una paz que solo lugares así trasmiten. Aunque lo habitual es acercarse desde el vecino pueblo de Villegas, lo mejor es hacerlo desde el norte, por CL-633 y tomar uno de los múltiples caminos que hacia el sur atraviesan las fincas. Aconsejo el que se encuentra en  42.483707, -4.076615.

La ruta nos trae desde Jimenez de Jamuz, al lado de la Bañeza, ciudad motera por derecho propio. Allí llegamos con la única intención de darnos un homenaje. Un homenaje gastronómico que destaca especialmente por su singularidad. Aquí tiene su sede El Capricho, uno de los mejores restaurantes de carnes que puedas encontrar, gestionado por un José Gordón que es amante de bueyes.

Un capricho auténtico, absténganse veganos. En su restaurante-cueva, excavado a pico y pala en la blanda roca sedimentaria de esta comarca, bañada por el río Jamuz, serás homenajeado y se te permitirá ser caprichoso.  Si!. Venir aquí es un capricho, y, amigo mío, los caprichos se pagan. Mejor carne roja no encontraras, ni mejor cecina. Todo lo que se sirve aquí esta aliñado con tiempo, fuego y tierra. Y de los tres ingredientes, quizá sea el tiempo el principal. Carnes de larga maduración procedentes de animales de trabajo mimados en su vejez. Cecinas que rivalizan con el mejor jamón de Guijuelo y que llevan escondidas tres años en una cueva.

Fuego de encina, producto de la tierra, que primero alimentó a los bueyes y ahora los cocina a fuego lento.

Si te decides a ser caprichoso, no te cortes, pide el mejor corte de la carta, bébete un buen vino, saborea su cecina y no te preocupes por la cuenta final.

Gózalo, y al final paga con estilo el justiprecio de tu goce caprichoso. Debes purgar el pecado de la gula con dinero, so pena de morar por toda la eternidad en el tercer circulo del infierno.

Esto de las bodegas subterráneas  tiene su traducción en el paisaje, almohadillado de bodegas con cubiertas de tierra donde crece la hierva, dando lugar a un paisaje que recuerda a un pale ondulé para gigantes. Creadas como bodegas de uso particular, hoy son lugar de encuentro de amigos donde disfrutar de buena comida y bebida en su frescor, a salvo del tórrido calor veraniego. 

La ruta se construye lenta por carreteras comarcales, dibujando caminos entre trigales verdescentes, hacia Valencia de don Juan, donde es inevitable ver su castillo gótico militar. Su imponente figura se recorta a la entrada de la población. Abandonado desde el siglo XVI, tuvo su momento de gloria durante las guerras de sucesión castellana. Aquí murió el Don Juan que da nombre al lugar. Hoy alberga el museo que protege la historia de la comarca. 

El viaje continúa, son rutas escondidas, reviradas. Rutas que solo harás sí las provocas conscientemente. Carreteras cuaternarias, a veces caminos agrícolas, nos permiten disfrutar de un extraño paisaje castellano, rabiosamente verde en esta época del año. Las aldeas parecen abandonadas, pero solo porque sus habitantes están trabajando sus campos. Campos que aquí están regados por las aguas del Canal de Castilla, que da de beber a las fértiles tierras  palentinas preñadas de trigo.

El Canal de Castilla fue ideado por el Marqués De La Ensenada, ilustrado noble español del siglo XVIII. La idea era crear una red de caminos y canales, por donde poder extraer la gran producción de grano de los campos de Castilla, dada la ausencia, casi completa, de carreteras y caminos. 

Explotado durante 70 años por la Compañía del Canal de Castilla, soportó mas de 350 barcazas diarias transportando mercancías. La vía férrea que hoy circula casi paralela acabó con las jornadas de gloria del canal.

Hoy esta gestionado por el estado y su función principal es el regadío, el disfrute  de la pesca por los locales y el turismo activo que provoca. Puedes recorrerlo por caminos que discurren paralelos a su cauce. En teoría la circulación por ellos no está permitida, pero nadie te dirá nada si quieres disfrutar de un circular lento a la sombra de los hayedos. 

En Frómista podrás observar varias de las esclusas que regulan el canal, aunque mi consejo es que las busques y encuentres circulando por su vera, hallarás esclusas que no aparecen en las guías y que podrás observar y recorrer lejos de terreno asfaltado. Una sugerencia fácil de alcanzar la encuentras en la P-984, en Calahorra de Rivas, (42.165204, -4529839) puedes meter la moto hasta la misma esclusa siguiendo un camino por su margen izquierdo.

En Carrión de los Condes el viajero cansado encontrara cobijo después de su jornada. El Hotel Real Monasterio de San Zoilo es una magnifica opción. Situado a las afueras de Carrión ofrece un descanso sereno, donde podrás disfrutar de sus jardines y de su magnifico claustro de estilo gótico. Pasearlo al atardecer, dejando que el ambiente te abrace, es una delicia, sensación que aumenta con la suave banda sonora creada por los pájaros y por unos coros de monjes honrando el cante gregoriano, en su justo volumen. Esta considerado el mejor del mundo, y “si non e vero, e ven trovatto”. Su origen se encuentra en uno de los primeros templos de la orden de Cluny, allá por el siglo X. Gestionado por Ruralka, es frecuente encontrar entre sus muros hermanos motoristas y peregrinos a Santiago. 

 

Al borde  de la BU-610 se encuentra el arco de San Miguel de Mazarreros (42.426297, -4.046480). Último vestigio de la iglesia y del pueblo del lugar, desaparecido en el siglo XV. Su estilo gótico combinado con pinceladas de románico parece encajar a la perfección con el campo de trigo donde se ubica. Parece una puerta a otro mundo, extrañamente situada, invita ser traspasada a ninguna parte. Justo al otro lado de la carretera hallarás, sí giras la cabeza, un calvario que formaba parte del conjunto.  Y si tomas el camino de grava que se encuentra a su derecha, a pocos metros, llegarás al arroyo Brulles y al pequeño puente romano que lo cruza, no esta señalizado, pero ya que estas, merece la pena acercarse. El arco es uno de los 28 monumentos históricos en peligro de desaparición de la provincia de Burgos. 

Toda la zona esta cargada de sorpresas, y no todas vienen en las guías. Si la iglesia de San Olaf, en Covarrubias (42.060289, -3.497477) es una disfonía en el entorno de bosque en el que se encuentra, no es menos cierto que la arquitectura civil, a pie de carretera ofrece, a menudo, retales de frescura e improvisación capaces de convertir un antiguo e inutilizado transformador eléctrico en una suerte de torre de Pisa modernista, ocupado por cigüeñas, que, ellas si, son capaces de encontrar el equilibrio correcto de la estructura. Un ejemplo que merece un frenazo en la ruta la encuentras cerca de Bascones del Agua, en la BU-904, a la derecha, según vienes desde Lerma.

Desde ahí, siguiendo el curso del río Arlanza podrás disfrutar, una vez más, del silencio que proporciona el abandonado monasterio de San Pedro de Arlanza. Y desde éste, navegando entre mares de trigo mecidos por el viento, alcanzarás la pequeña ermita de Santa Cecilia (41.966010, -3.473898), cerca de Santibañez del Val. Los caminos agrícolas vuelven a ser tus aliados para llegar a ella. El templo es una pequeña construcción de ascendencia mozárabe, que desde un pequeño altiplano vigila los trigales, mientras protege su espalda del río Mataviejas con una barrera de olmos. Levantada en el siglo IX se mantiene casi intacta hasta hoy.

La zona no deja de ofrecer riquezas culturales y paisajistas que visitar. El desfiladero de la Yecla te coloca en una ruta escénica para recorrer pausadamente, alternando los tonos verdes con los tonos infinitos, de ocres y rojos en los campos recién labrados. Santo Domingo de Silos no precisa presentación, aunque sí previsión para no verse desbordados por turistas ansiosos. Te cuento un pequeño secreto a voces, si llegas hasta aquí estas en la ruta que te acerca a uno de esos lugares extraños de nuestra geografía. Lugares que coquetean con lo mitológico y con lo excéntrico. 

Desde el alto de Santo Domingo sale una pista de tierra, en bastante buen estado, que te lleva hasta el valle donde se encuentra el cementerio de Sad Hill. Un antiguo decorado cinematográfico frecuentado por ganado de montaña, y que fue el escenario del último duelo de la película “el bueno, el feo y el malo”, con un joven Clint Eastwood haciendo el papel de bueno.

Las cruces del cementerio forman un escenario circular alrededor de lo que seria, metafóricamente, la arena de un anfiteatro romano. Ideal para el último duelo de gladiadores con el que acaba la película. Hoy es destino de frikis que venimos aquí a hacernos una foto al lado de la inconfundible silueta de Clint, pero la ruta para llegar, por sí misma, ya merece el esfuerzo.

Bajando hacia el Duratón, puedes hacer una pequeña parada en la antigua colonia romana de Clunia Sulpicia. Tiene dos mosaicos guapos, que usan el carísimo color azul. Y tiene una ermita dedicada a San Isidro donde antes estaba el templo romano de turno. A San Isidro lo sacan de paseo los locales el día del patrón, para bendecir siembras y cosechas. 

La colonia romana esta en un altozano con clara intención defensiva. Tiene, eso sí, las ruinas de un antiguo teatro romano que ofrece unas espléndidas vistas al valle. Una vez mas la paleta de colores verdes atraviesa tu pupila sin pudor alguno.

Sales de la colonia y atraviesas la Coruña, La Coruña del Conde. Es el típico pueblo castellano, cerca del río, casi sin vecinos, y que creció al amparo del castillo construido en el siglo X para defender a los nuevos pobladores de las tierras conquistadas a los musulmanes. Esta muy destruido y es usado como frontón por los aficionados, pero merece una visual cercana.

Y ya estas cerca para perderte en las hoces del Duraton, que si ya de por sí ofrecen una riqueza paisajista al tallar el suelo kárstico por donde discurre, creando un ecosistema único con sus meandros y tiravueltas, gana en valor por la miríada de cenobios que se instalaron en sus riberas. Inevitable la comparación con la Riveira Sacra gallega. Es el mismo concepto de retiro monacal. Lugares casi inaccesibles en la época, donde el camino a la meditación se despeja. Ocultos entre carballos centenarios en nuestra Galicia querida, hurtados de la vista de la planicie en este cañón cincelado por el río.

Tendrás que abandonar el asfalto para subir tu moto hacia las ermitas de San Frutos o al convento de La Hoz. Éste último, más atractivo a mi entender, se encuentra encajonado en el borde del río, no es visible hasta que no te acercas al acantilado que lleva su nombre. Puedes llegar hasta el borde mismo con tu moto, lo cual te exigirá un poco de conducción por el lado oscuro, el camino que te permite llegar aquí no esta señalizado, te recomiendo que lo tomes en Sebulcor, usa la pista que nace en 41.272696, -3.885478.  El lugar es menos concurrido que el mejor conservado y mas famoso convento de San Frutos (pero no te lo pierdas, su mirador es espectacular) y ofrece una visión mas auténtica de lo que debía ser la vida monacal en este enclave. Desde arriba, miras hacia abajo, ves el monasterio semiderruido en la orilla del río y meditas sobre la dura vida de antes, mientras los buitres leonados planean por debajo de tu mirada. Si te gusta el picnic es lugar ideal para descansar, comer un buen bocata y escanciar la bota de vino. 

El antiguo castillo de Castrotorafe se interpone en nuestra vuelta a casa. Realmente son las ruinas de una antigua ciudad medieval que protegía la frontera entre Castilla, León y Portugal por el paso del río Esla. Fue perdiendo importancia estratégica hasta ser abandonada por completo. En el siglo XVII se escribía «En quanto a la villa de Castrotorafe esta arrasada y sin habitación alguna sino es la iglesia y esta necesita de muchos reparos y la cerca de dicha villa esta toda aportillada y caída y el castillo y fuerte en quanto a la canteria esta bueno pero la bivienda del palacio que avia en él toda esta arrasada e inabitable y se tiene noticia que en tiempo que fue comendador el señor conde de Benavente dicho palacio se avitaba y en dicho castillo avia armas y tiros y al presente no ay cosa alguna”.

Permitidme una última perla arqueológica. Al norte de Palencia, en la comarca del alto Pisuerga,  hay un pequeño diamante, minúsculo, oculto entre los labradíos de Cervera del Pisuerga. Es el emeritorio rupestre de San Vicente. Un templo monacal rodeado de tumbas y que más bien parece una entrada al averno que una iglesia. Te puedes acercar a él desde el mismo Cervera, por un camino asfaltado que te deja al norte del monumento, en su entrada oficial. Pero es mas divertido hacerlo por el camino que arranca en un ramal de la CL-626, en el punto 42.855960, -4.492176. Es un camino de herradura que te llevará a vadear el río Rivera cual overflander majestuoso. Después del vadeo encontrarás el emeritorio a tu derecha. Accederás a él saltando de finca en finca por la rivera del río, siguiendo la senda de los pescadores. Si no lo conoces te gustará el lugar. 

En fin, ¡que mas se puede contar!, ¡son tantos y tantos lugares!. 

Lugares que son historia; pasamos por su lado sin mirarlos siquiera y sin embargo son nuestras raíces, somos lo que somos por todos y cada uno de ellos. Es de justicia reconocerlos y admirarlos, ¡y tenemos tantos!. Están todos a nuestra disposición, solo se necesita un poquito de curiosidad. Curiosidad y viajar sin rumbo.

Es el viajar sin rumbo, dejando que la ruta fluya al albur del estado de ánimo, o del día, o de dónde sople el viento, lo que ofrece sorpresas inesperadas en los caminos. Tenemos la suerte de poder disfrutar de un entorno rico en historia, que nos asalta a poco que te salgas de las grandes vías. Solo tienes que viajar despacio, buscar caminos pequeños, acercarte a los auténticos generadores de arte e historia que son los pueblos. Castilla León  esta sobrada de todo esto.