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Rumania y la vieja Europa del Este.

“Lo verdaderamente duro de la locura es recuperar la cordura.” 

Y es cierto, solo eres realmente feliz en esos momentos en que estás loco, pues sólo en un estado mental de locura todo, absolutamente todo, está bajo control y tiene sentido. Pero lo nuestro es solo locura transitoria, termina con el viaje, cuando llegas a casa, aparcas la moto en el garaje y apagas el motor. En ese momento la locura desaparece, la cordura toma el control y todo se vuelve más triste, más sombrío y más gris. Y muy predecible. Una nube cubre sutilmente el horizonte y la luz ya no alumbra como antes. Reaparece la mesura, y con ella cesan los torbellinos de sensaciones, la libertad de movimientos, los descubrimientos inesperados que estallan en tu mente como fuegos de artificio. 

Ya solo queda el recuerdo de lo que hicimos el último verano.

Dicen que no es posible viajar por Europa. Que no viajas, que simplemente haces turismo. 

¡Lo dicen pero no es cierto!!. ¡Si la gente supiera!. Si viajas en moto nunca eres turista. Solo te conviertes en uno cuando bajas de tu montura, te duchas y cambias tus botas de montar por las alpargatas veraniegas. Te das cuenta en cuanto arribas al primer hotel del viaje y te miran diferente al bajar de tu habitación, recién cambiado, a cómo te miraron cuando llegaste. Y no importa la categoría. La primera mirada son reflejos de asombro, a veces de un temor contenido y otras con pinceladas de cierto desprecio. Esa mirada cambia por una de indiferencia absoluta en cuanto te trasformas en un simple, anodino y camuflado turista más. 

Europa, la vieja y cansada Europa se convirtió en nuestro objetivo en este caluroso verano de 2022 post pandemia. Lo de post es un amable eufemismo de una realidad negada. El “bicho” sigue ahí. Los gobiernos usan el COVID como disculpa para las mas peregrinas restricciones. Si alquilas una moto en Perú, no puedes sacarla del país sin un peruano, “por la pandemia”. China sigue cerrada, como si no existiera. Kirguistán tiene cerrado el Kyzyl-Art Pass que le une con Tayikistán, usando la pandemia para ocultar sus rencillas locales, así que la Pamir sigue cerrada. Y así todo. Nuestros proyectos asiáticos o sudamericanos no consiguen sustentarse. 

Así que, ¡Hola Europa!, ¿cómo estas vieja?.

Split, esa joya del Adriático construida dentro del palacio de Diocleciano nos recibe en un día caluroso y con los hoteles desquiciados, al celebrarse un festival europeo de música disco, que lo encarece todo. Dani, Eva y yo desembarcamos del ferry de Jadrolinija después de una noche asfixiante. El viejo barco pide una jubilación que se le niega a base de manos de pintura.

La moto de Dani, de matrícula croata, tiene que pasar su ITV, cambiar neumáticos y ponerse un poco a punto. Split es una vieja conocida que ofrece espectáculos continuos con solo observar a la gente, que usa sus malecones para broncearse y bañarse en el centro de la ciudad. Inevitable acordarse de La Escuela de Calor, de Radio Futura, (… las chicas desnudan sus cuerpos al sol…. y todo eso).

Su casco histórico está construido dentro del que fuera el palacio de Diocleciano, que se retiró aquí. Compite con Dubrovnik en atraer cuántos mas turistas mejor.

Salimos hacia Montenegro, pero no llegamos. El caro y bonito neumático nuevo de la moto de Dani se deshincha sorpresivamente en unos de esos lugares imposibles. Una carretera mínima, que bordea por la montaña la frontera entre Bosnia y Croacia, sin cobertura alguna. Sin tráfico alguno. Sin sombra alguna. Es como si el neumático esperara el mejor momento para desinflarse y al llegar a ahí dijese “¿aquí,… no?”. 

No encontramos el pinchazo, el inflador no consigue hinchar mínimamente la rueda para escuchar la fuga de aire. La solución es sacarla, cargarla en mi moto y llevarla a algún pueblo. Dejo a Eva y Dani  con agua y comida, y me voy en busca de una gasolinera donde intentar hinchar esa rueda. La encuentro y al hacerlo veo una raja de un centímetro, justo en el centro, muy cerrada y que no se ve con el neumático sin presión. Muy raro todo. Hago apaño con 3 o 4 churros, hincho y vuelvo al rescate, rápido, rápido, que aún pierde algo. Tras montar de nuevo la rueda en la moto de Dani volvemos al pueblo. Tenemos que solucionar con garantías el problema antes de continuar. Tenemos suerte, justo donde paramos hay un pequeño taller cuyo dueño es un motero de moto gorda. Desmonta la rueda y el problema aflora, una raja en el interior, de unos 5 cm de largo, que se fue abriendo hacia el exterior. Fallo del neumático, hay que cambiarlo, no es reparable. Y todo se coordina, aparece un tipo que nos ofrece un neumático con la medida exacta, un 190, usado, sí, pero por 50 euros, y que nos arregla el embrollo. No durará todo el viaje, pero nos permite seguirlo.

Montenegro es una pequeña joya encastrada entre Croacia, Bosnia y Albania. Nos dirigimos hacia allí buscando el poco concurrido parque natural de Durmitor. No hacemos una ruta directa, dejamos Mostar (conocida ya y muy concurrida) a nuestra izquierda, buscamos el enclave de Vrelo Brune, un paraje natural donde el río Brune brota de una  cueva en una pared montañosa, ya con todo el esplendor de su caudal. Justo a su lado se construyó un monasterio de monjes Derviches. Alguna guía te dirá que es lugar místico y tranquilo. Es mentira, esta abarrotado de turismo y de locales de comida al borde y en el centro del río, desvirtuando un paisaje que bebería ser una belleza. En este estío dónde todo el mundo parece haber querido salir a la vez, el lugar ofrece belleza pero no sosiego.

Antes de entrar en Montenegro subimos hacia el norte bordeando Mostar hacia un enclave curioso. Al este de Sarajevo, se encuentra, en medio de las montañas de Igman un tanque de la guerra de Bosnia. Fue neutralizado por la brigada de combate más ruda de la guerra, la 1ª brigada de Caballeros de Foča. Esta brigada cubrió un amplio territorio de Bosnia durante la guerra y no retrocedió ni con los bombardeos de la OTAN ni con el ejército musulmán. A su retaguardia solo estaban sus casas con sus mujeres y sus hijos. La zona esta punteada de recuerdos de esta brigada, venerada por sus vecinos y considerados héroes de la patria Bosnia. En una rotonda un cañón, en aquella otra un caza enemigo derribado. En el punto al que vamos un tanque. Si quieres verlo lo tienes en (43.692112, 18.322667), hay que seguir una pista de tierra que se adentra en la montaña hacia la cumbre, donde está el blindado. Es buen sitio para un picnic.

Salimos de Bosnia (don´t Forget 1993) por el paso fronterizo de Hum, poco mas que  un contenedor y un puente de madera sobre el hermoso río Tapa (o Tara, según quien lo escriba), cuyo cañón es el mas largo de Europa. El paisaje es montañoso, la carretera sinuosa y el clima húmedo. 

Siguiendo el desfiladero del cañón del Piva nos desviamos a nuestra izquierda por la P14, justo antes del puente que cruza el lago. Esta carretera ya merece la pena por sí misma, nunca antes habíamos hecho tornantis dentro de un angosto túnel de solo un carril escavado en la roca a pico y pala. De ahí directos a Durmitor, en plenos Alpes Dináricos. Es paisaje de montaña, de la de antaño, con una fauna excepcional, restos de glaciares, con cuevas y lagos. Adornado todo por un bosque cerrado que alberga especies como el urogallo, el lobo y el oso pardo. El paisaje de montaña que atraviesa la estrecha carretera es hermosísimo. Aunque se pretende un empuje turístico, afortunadamente el turismo de masas no ha calado en esta zona. El paisaje, la ruta escénica que serpentea delante de tu rueda te regala estampas que quedan impresas por siempre en tus recuerdos. Es bello, sencillamente bello. Dormimos en casa de un matrimonio mayor que nos ofrece cama, cena y wifi por un módico precio. Encontrarás muchas al acabar de cruzar el parque. 

Montenegro ofrece mucho en muy poco espacio. Durmitor, Kotor, con su bahía y sus serpentines, el cañón del Tara, sus lagos y sus bosques. Sus carreteras coquetas entre paisajes espectaculares. De todos los países de la Costa Dálmata me atrevería a decir que es el que más belleza atesora por kilómetro cuadrado.

Serbia se nos antoja territorio de paso hacia el Danubio. Esta ordenada, la gente es culta y habla inglés, y el Danubio es un buen objetivo del viaje. El antiguo limes romano es una auténtica frontera europea. Sus aguas bañan 10 países europeos y corta Europa en dos desde la meseta central alemana hasta su desembocadura en el Mar Negro. Los romanos mantenían en él una flota de guerra que vigilaba la frontera. Esos fuertes que luego, en la edad media, fueron reutilizados y ampliados por los estados que surgieron tras el colapso romano. 

Roma solo se decidió a cruzarlo e invadir Dacia bajo el mando de Trajano, que conquistó el pujante reino dacio que se encontraba reinado por Decébalo y que pretendió competir con Roma por el control de la zona. Lo que aquí pasó se cuenta con un detalle asombroso en la columna de Trajano, en Roma. 

Para conseguirlo y poder pasar sus legiones a la otra orilla, se construyó el puente mas largo de la antigüedad. Por orden de Trajano, su arquitecto, Eliodoro de Alicarnaso, diseñó un puente tan largo que pasarían mil años antes de que su longitud fuese superada. Y esto que digo es verdad verdadera. Lo novela excelentemente Santiago Posteguillo en su trilogía de Trajano. 

Nota histórica: Su forma de dirigir Roma fue tan diligente que, posteriormente a su muerte, cada vez que un emperador ascendía al trono, el Senado siempre expresaba el siguiente deseo: Felicior Augusto, Melior Traiano, es decir, que sea más afortunado que Augusto y mejor que Trajano.

Alcanzamos el Danubio en Belgrado, siguiendo su curso hasta Esmeredevo, con su impresionante castillo, y continuamos por su orilla sur buscando la ruta 34. El río parece un mar infranqueable en algunos tramos. Lo recorremos hacia el este e inevitablemente paramos en las fortalezas que lo jalonan. Entre ellas destacan las ruinas de Golubac, que protegen la entrada de las Puertas de Hierro, un cañón angosto, donde se encaja el Danubio en acantilados imponentes, atravesando la roca con la fuerza de eones.  El fuerte de Golubac introduce sus murallas en el río, y escala la roca construyendo murallas que parecen imposibles, es un castillo roquero, bien conservado, que se puede visitar por zonas, cuantas mas visites, mas pagas. Merece la pena una parada y recorrerlo por sus murallas exteriores, a pesar de los carteles que advierten de la presencia de serpientes venenosas en la zona.

Es al final del estrecho pasaje de las Puertas de Hierro cuando desde la orilla serbia, puedes ver el busto del rey Decébalo. A modo de monte Rousmore, un empresario rumano, Constatin Dragan, gastó una fortuna entre 1994 y 2004, en que fuera tallada. Lo hizo justo enfrente de la Tabula Traiana, que en la otra orilla conmemora la victoria romana. Es un desafío perpetuo, pero que llega tarde. Roma ganó aquí, el mismo nombre de Rumanía lo demuestra. Aún así la estatua encaja a la perfección en el paisaje, tanto que si te fijas un poco, solo se tallaron los ojos, nariz y boca. La barba y la corona son roca virgen, sin tallar. “Decebalus Rex, Dragan fecit”, dice en latín una placa en su base, y ese latín es otra victoria romana.

Las rubricas del ingeniero loco. TransFaragasan y TransAlpina.

La Transfaragasan es el sueño húmedo de un ingeniero loco. Me lo imagino diseñando el tramo hasta el lago Balea, hasta las cejas de éxtasis, pensando en que va a rubricar una montaña. Diseñando con frenesí un garabato de curvas en una firma loca.

Cuando Rusia invadió Checoslovaquia, el dictador Ceaușescu temió por su propia seguridad e inició, en 1970, la construcción de la carretera que atraviesa los montes Faragas por motivos estrictamente militares. Costó la friolera de más de 4 muertos por km., aunque oficialmente solo fueron 40, las fuentes más fiables hablan de unos 400 muertos. Es la ruta de los huesos europea. 

Hoy se ha convertido en un icono para los amantes del motor. Tiene más túneles, más viaductos y más curvas que ninguna otra. Compite con el Stelvio en belleza (Jeremy Clarkson dixit) y alcanza los 2134 m en su punto más álgido. 

Territorio de fuertes nevadas en invierno y sorpresivas tormentas en verano, atraviesa un paisaje fastuoso hoy totalmente civilizado. Los tenderetes de carretera están en cualquier sitio que se halla mencionado como “destacable”, ¿alguien menciona una cascada que le pareció bella?, pues otro alguien colocara allí un puesto de souvenirs, o de calcomanías, o de verduras… algo.  Eso convierte a la ruta, de casi 90km, en un punteo de mercadillos, por lo menos hasta la cumbre en el lago Balea, si atacas la ruta desde el Norte. Tras atravesar el túnel la cosa mejora, aunque no demasiado. Lo que sí mejora es el tráfico, intenso en verano pero que a menudo llega a la cima y vuelve. 

El territorio esta preñado de fauna que incluye a osos pardos que adquirieron la costumbre de apostarse a pie de carretera para conseguir algo de comida arrojada por los turistas. Los ves allí, sentados, esperando pacientemente a que alguien arroje los restos de su merienda por la ventanilla del coche. Conocen bien a sus vecinos humanos estos osos. 

Lo que poca gente sabe es qué el auténtico castillo de Drácula está aquí, casi derruido, pequeño y en precario estado. El típico, el castillo turístico que se publicita en Bran es un parque de atracciones basado en las leyendas de Drácula, pero que no fue habitado por él, dicen que solo durmió allí un par de noches.

La Transfaragasan tiene un rival en la propia Rumanía. Es la Transalpina. La Transalpina atraviesa los Cárpatos al oeste de la Transfaragasan, por las montañas Parang. Es más larga (148Km), más alta (2259m) e igualmente bella. Menos querida, menos emblemática que su rival del este, merece recorrerla con igual ilusión. Quizá sus paisajes sean menos rotundos, algo más suaves, más domesticados. Y quizá sea más difícil encontrar osos a nivel de carretera. Aun así merece la pena su recorrido. En cualquier otro país sería una ruta mítica pero aquí tiene de rival a la Transfaragasan que con sus exuberantes fuegos de artificio en forma de curvas imposibles, y paisajes que parecen caerte encima, intenta desmerecer a esta magnífica ruta. Por un lado eso es bueno, encontrarás menos tráfico y la ruta se hará más amable. Verás que de forma puntual, en lugares a veces inverosímiles, que alguna familia de pastores ha construido un punto de venta de quesos artesanales con cuatro tablas y una chabola. Párate y compra uno, acertaras con la comida del día. 

Al acabar los 148 km. me quedé pensando cuál es el motivo por el que esta magnífica ruta no tiene la fama de su hermana. Tiene mejor asfalto, y curvas en pendiente igual de locas. Su trazado no desmerece en nada al que atraviesa los montes Faragan. ¿Porque, entonces, no es igual de famosa?, y llegué a una conclusión. No lo es porque no tiene foto, así de simple. Si no me crees revisa las hemerotecas, la Transfaragasan tiene una foto mítica que la hace famosa y se repite en el mundo entero, es la que se hace desde el coronamiento, mirando al norte, donde se identifica, sin dificultad, la loca rubrica del ingeniero. Pero la Transalpina, poseedora de un trazo similar, no tiene esa foto. Su trazado se oculta entre bosques de abetos rectos como velas y solo sabes que es magnífico porque lo has hecho, y tus neumáticos, y tus frenos, y tus antebrazos sufrieron ese trazado. Lo ves claro a vista de pájaro, o de dron en este caso. La carretera hace curvas y contracurvas igualmente locas, pero no puedes verlas en su conjunto como la mítica foto de la Transfaragasan. La Transalpina no tiene foto, no es una influencer.

Realizados los trámites obligados de las carreteras míticas rumanas, somos ahora libres para escarbar y picotear por Rumanía. 

Rumanía es territorio donde se funden culturas distintas. Confluye aquí el este y el oeste, capitalismo y comunismo, ortodoxia y catolicismo, cristianismo e islam. Ofrece detalles y cuadros escénicos dispersos por el territorio que poco a poco te permiten captar algo de la esencia de este caleidoscópico país. 

Rumanía debe su nombre a Roma que además de nombre y lengua romance, dejó aquí innumerables fuertes militares que dan fe de la férrea defensa que los dacios hicieron de su conquista. Si observas bien el mapa verás multitud de sitios arqueológicos romanos, pero pocos merecen la pena de una visita. Las restauraciones realizadas son a menudo chapuceras y realizadas para sorprender al turista, sin rigor histórico ni reconstructivo. 

Sí merecen la pena tres enclaves estratégicos. Semigetusa Traiana, la neo capital fundada por Trajano. La hallarás en Ulpia Traiana, que es el pueblo que se construyó justo encima. Eso provoca que las ruinas, excepto lo que corresponde al anfiteatro y al foro, están dispersas entre las huertas y gallineros de las casas que componen el pueblo. 

En contraposición a esta Semigetusa están las ruinas de la antigua capital del reino dacio, Sarmizegetusa, destruida por los romanos en venganza de la carnicería de legionarios que allí se produjo durante la tregua pactada al finalizar la primera guerra Dacia, lo que provocó la segunda y la aniquilación del reino. Ya se sabe que Roma no admite traiciones.

Por último recomiendo las ruinas de Porolissum, bastante más al norte. Porolissum está situada a 8 km de Zalau. Su porta Pretoria y su muralla impresionan y empequeñecen al observador, obligado a alzar la cabeza para observarlas. Tengo la impresión que es la mejor conservada de todas las ruinas romanas de Rumanía. 

Antes de alcanzar este lugar te recomiendo, viajero curioso, una visita a un lugar trágico y hermoso a la vez. Es que hay lugares olvidados que son guardianes de secretos que ocultarán por siglos. 

Este tendrás que verlo desde la distancia, o desde el borde, justo en este punto (46.3283736, 23.2088163). Es la iglesia flotante de Geamana. Lo de flotante es un mal chiste, realmente está hundida en barro, en barro tóxico para más señas, que en esta zona quiere semejar un lago helado. El pueblo de Geamana fue condenado a muerte en la época del Ceaușescu, pues su valle fue el lugar escogido para embalsar los residuos tóxicos de una mina de cobre cercana, desde entonces, año tras año el lodo tóxico anega el valle. Enterró las casas de los vecinos mientras la iglesia, construida en lo alto del pueblo, resistía. Hoy solo es visible el pináculo del campanario, mudo testigo de un desastre ecológico que será mayor cuando la presa que contiene los residuos tóxicos colapse y todo se vacíe sobre los valles inferiores. El lodo crece aproximadamente un metro por año, así que este último reducto de resistencia durara poco más. Pero hoy por hoy, este pico es la única prueba de que bajo las toneladas de desechos, residuos, y el lodo tóxico, había un humilde pueblo llamado Geamana.

La salina se encuentra al norte de Turda, relativamente cerca del cruce de caminos que es Pluj Napoca. Cuando descubres este lugar al preparar el viaje, esperas encontrar belleza, silencio y frescor. Más aún cuando las guías lo describen como el lugar subterráneo mas bello del mundo. Me temo que eso dice poco del mundo. 

El lugar es de un interés evidente, sus vetas saladas multicolores le otorgan una extraña belleza, es enigmático, es enorme y es sorprendente. Hay constancia de que para los romanos fue una de las principales minas de sal de todo el Imperio. La sal en Turda se ha extraído desde la antigüedad, y con pleno funcionamiento hasta 1932, cuando se paralizó su explotación.

Pero uno propone y  Rumanía dispone, pagas la entrada y entras. La mina es en realidad tres excavaciones diferentes, que ahuecan la salina dando lugar a gigantescos pozos en forma de pera, con el orificio de extracción en superficie, abriéndose a lo ancho a medida que profundizan, la altura es de 15 pisos hasta la base, nada menos. Son tres, como digo, pero solo visitamos dos, la tercera estaba cerrada. Uno esperaría encontrar en un lugar así una exposición sobre los métodos de minería empleados,  y que se pondría en valor la historia de la minería aquí practicada, pero te encuentras una noria, unas mesas de pin-pon, un bar y un lago con lanchas patito. Un parque de atracciones en toda regla que resulta llamativo y decepcionante al mismo tiempo. Aun así recomiendo la visita, pues el lugar merece la pena, es realmente impresionante, con una sorpresiva belleza que emana de las acarameladas vetas del mineral de sal, de su especial construcción minera, de su grandiosidad incuestionable. Además no todo el mundo ve extraño un parque de atracciones en una mina con valor histórico a 15 pisos de profundidad.

Sighisoara, Drácula y las iglesias fortificadas de Biertan.

Aquí nació Ladislaus Dragwlya. Dragwlya es el diminutivo de Dracul, (Draculita, para entendernos) que en rumano significaba dragón, dragoncito en este caso. Ya sabes de quién hablamos. Enclavada en Transilvania, esta bella ciudad no abusa de la figura de Drácula para atraer visitantes. De hecho, si  no lo sabes, tardas en darte cuenta de que su figura está presente en el pueblo. Es este un pueblo de corte medieval, muy bien cuidado, donde destaca su plaza mayor, su torre del reloj y sus estrechas calles con casas pintadas de color pastel, que parecen recién salidas de un cuento de los hermanos Grimm. Es un buen lugar para hacer base un par de días, explorar la gastronomía local y recargar pilas. 

Un inciso histórico, si lo que buscas en Rumanía es regocijarte en el personaje de Drácula, debes saber que todo es una leyenda basada en la novela gótica de Bram stoker, que se apropia del personaje histórico de Vlad Drăculea. Príncipe que evitó la invasión otomana de la zona allá por la segunda mitad del siglo XV. Sí es cierto que usó tácticas crueles para crear el terror, ganándose, con aprovechamiento, su cognomen de “El empalador”,  lo que le facilitó controlar Transilvania. Pero no creo que durmiese en un ataúd ni bebiese sangre.  Hoy es héroe nacional de Rumanía, y no digo más. 

Pero algo del espíritu de Drácula si permanece en este pueblo. Miríadas de cuervos se reúnen al atardecer para dormir en los tejados del ayuntamiento. Sus graznidos cuando alzan el vuelo todos a la vez ponen al empalador  presente en tu cabeza. ¿Y si sí?  Qué diría  Mota. 

Desde aquí puedes moverte con facilidad, si eres curioso, y visitar alguna de las iglesias fortificadas que son fama en esta zona del mundo. Estas iglesias fueron construidas entre los siglos XIII y XVI por colonos alemanes, conocidos como sajones de Transilvania. Los sajones fueron enviados a poblar estas fronteras del Reino de Hungría con la esperanza de que ellos pudieran resistir a las invasiones, primero de los mongoles y posteriormente de los otomanos. Una de las soluciones utilizadas por los sajones fue la fortificación de sus iglesias, lo que permitía proteger a toda la comunidad ante un ataque. Algunas de ellas apenas tienen una muralla que las protege, otras son verdaderas fortalezas medievales con sus torres defensivas e imponentes murallas. En Biertan y en Bazna, a pocos kilómetros, tienes dos de los mejores ejemplos. 

Cementerio de la Alegría y las iglesias de madera de Maramures.

Al norte de Rumanía, haciendo frontera con Ucrania, está la región de Maramures. Es una región agrícola, a caballo entre Rumanía y Ucrania. Hemos dejado atrás los Cárpatos y nos movemos ahora por una zona de montañas suaves eternamente verdes. Prados y bosques de coníferas, atravesados por innumerables ríos y arroyos en un paisaje inminentemente rural. Es verano, los campos ya han sido segados y la hierba estibada al aire libre en almiares puestos a secar, lo que en mi infancia de aldeano gallego llamábamos “medas”. Carros tirados por enormes caballos se encargan de mover las cosechas. Es también región con tradiciones muy arraigadas y que se extiende más allá de la frontera ucraniana. Una comunidad de profundas creencias religiosas que alza un crucifijo en cada cruce de caminos, a veces dando lugar a obras de arte talladas en madera, y otras usando cualquier material con el que formar una cruz. De religión ortodoxa sus iglesias tienen la peculiaridad de estar íntegramente construidas en madera. Esto es consecuencia de la prohibición que las autoridades austro-húngaras hicieron en el siglo XVII, cuando impidieron construir en piedra los lugares de culto ortodoxo. ¿Solución?, iglesias de madera, evidentemente. 

Hoy son patrimonio de la humanidad. Sobreviven unas 40, pero yo señalaría dos de forma preferente. Inevitablemente una es la iglesia multicolor de Sapantza, justo en la frontera ucraniana. Si buscas “cementerio de la alegría” en Google te aparece al instante. En su cementerio las tumbas no evocan tristeza, sino alegría, felicidad y optimismo ante la muerte. El “culpable” de su existencia fue el artista local Stan Ioan Pătraş (1908–1977). De estilo claramente naíf, comenzó esculpiendo poemas satíricos en algunas de las cruces de madera del cementerio, poco después comenzó a incluir dibujos en colores vivos y su estilo se hizo cada vez más popular y demandado. Al momento de su muerte, Pătraş había realizado unas 700 tumbas. Su discípulo Dumitru Pop, “Tincu”, continúa su obra desde entonces. Por supuesto, él mismo está enterrado aquí.

Si te gustan los lugares sorprendentes este no puedes perdértelo. El azul, color del cielo, es el dominante. Todas las tumbas siguen el mismo patrón: un poema irónico sobre el difunto y un dibujo que representa acciones de su vida. Todas son diferentes, todas son hermosas. Si traduces con tu Google traslate alguno de esos poemas, descubrirás una fina ironía, que en ocasiones, puede despertar una carcajada. Un ejemplo:

“Debajo de esta pesada cruz

descansa mi pobre suegra.

Si hubiera vivido tres días más

yo estaría aquí y ella leyéndola.”

¿Qué se puede decir? A mí parece bien eso de reírse con el difunto.

Sin salir del pueblo, acércate hacia el río Tisza, justo a su orilla está el monasterio de Peri-Săpânţa. Es la iglesia de madera más alta del mundo, alcanzando los 78 m de altura. Fue construida inicialmente en 1391. La decadencia de los años hizo que tuviera que ser reconstruida, fundándose como monasterio en 1997. Lo habitan 6 monjitas encorvadas, que tocan las campanas a la hora nona con ansia visigoda, te venderán sus iconos y exvotos en su tiendecita y te reñirán si eres “cazado” grabándolas. El monasterio está dentro de un bosque de coníferas imponente y, en ocasiones, cuando los ves de reojo, la estructura de los edificios te trasladará a lugares tan lejanos como Bali. Y es que parecen pagodas balinesas. 

Por cierto, en la parte de atrás, saltando la valla que rodea al monasterio, tienes un buen y barato alojamiento, también en madera. Lo de saltar la valla es porque te evita un rodeo de 10 km.

Tokaj-Hegyalja

El tiempo empieza a apremiarnos y tenemos que iniciar la vuelta, dejando mucho de Rumanía por ver.

Salimos hacia Hungría. En este viaje Hungría es territorio de paso hacia Austria y Suiza. Pero tiene una interés especial para nosotros. En este país esta una de las cinco regiones vinícolas declaradas patrimonio de la humanidad por la UNESCO. El vino de Tokaj es famoso por su variedad Aszú, siendo el vino botrítico más antiguo del mundo y que dio lugar a la primera denominación de origen oficial de todas las regiones vinícolas mundiales. Su producción es, además, muy escasa. 

Es vino de emperadores y reyes. «Vinum Regum, Rex Vinorum” (rey de los vinos, vino de reyes) según Luis XIV de Francia. 

Lo que diferencia a un Tokaji Aszú de un vino ordinario es que está hecho a partir de racimos que contienen una notable proporción de uvas afectadas por la acción de un hongo que causa la podredumbre noble. Vamos, que se hace con uvas podridas. 

Nos alojamos en el pueblo y nos acercamos a una bodega familiar, muy pequeña, Hímesudvar, justo aquí (48.126180, 21.405919). No temas pararte, visita la bodega, tómate un vino Aszú de 6 Putonys en su jardín y compra varias botellas si tienes donde llevarlas. Agradecerás el disfrute.

Budapest y el Danubio

Budapest fue parada obligada por las circunstancias. Bañada por el Danubio, la cruzamos hacia el sur para volver a estar dentro del limes romano. Es esta una ciudad que mantiene aún ese carácter típico de las grandes capitales soviéticas en sus zonas más modernas, aquellas que se construyeron en los 60 y 70 del antiguo siglo. 

Pero a las orillas del Danubio el esplendor arquitectónico de sus palacios, iglesias y edificios asomados al río cambia radicalmente la percepción de la ciudad. Todo es fruto del momento en que la capital húngara se establecía como la segunda ciudad más importante del imperio Austrohúngaro, entre la última década del XIX y la primera del XX. La orilla del Danubio, a su paso por Budapest, es sin duda uno de esos lugares bellos del mundo, ya sea al anochecer cuando se encienden las luces del Puente de las Cadenas y del palacio Real, o bien de madrugada, contemplando los primeros rayos del sol que iluminan la Ciudadela. 

Las circunstancias que nos hicieron parar en Budapest fueron mecánicas además de culturales. Tenemos que buscar neumático nuevo para la moto de Dani, aquel neumático de respeto montado en Bosnia no aguanta más. Y cambiar el aceite a la mía. La gran ciudad, sin embargo, se mostró parca en servicios moteros y neumáticos adecuados. Solo tras una larga y detallada investigación, iluminada con genialidades puntuales, nos permitió resolver nuestros problemas y no arrastrarlos hasta Viena.

Viena

Llegamos aquí directos desde Buda, usando, esta vez sí, las vías principales. La intención era pasarse unas noches en la capital austríaca, ¡y a fe que mereció la pena!. 

Viena es una joya sin paliativos. Su catedral es aparatosamente bella, con sus cubiertas multicolores, y sus torres y vidrieras góticas. 

Su casco antiguo, su parque central, su edificio de la Ópera. La tarta de chocolate del Sacher y las suites del Embassador. ¡Como para no quedarse!. Amamos Viena.

Siempre fue esta una ciudad codiciada por el imperio Otomano que la sitió tres veces, la última en 1683. En aquella ocasión se creó una liga de naciones europeas para detener al turco, aunque, como siempre, Francia no formó parte. Incluso apoyó al invasor otomano, típico. 

Si visitas la catedral, dedicada a San Esteban, sube a su torre sur (son unas 400 escaleras), poco antes de alcanzar su cima, de 137 metros, observarás un desgastado banco de madera, donde se situaba el puesto de observador militar durante la última batalla contra el turco. Desde la atalaya final disfrutarás de las mejores vistas de la ciudad de Viena.

La catedral tiene una larga historia, reconstruida después de los incendios provocados en la segunda guerra mundial, luce hoy soberbia y orgullosa. 

Aquí se celebró la boda y también el funeral de Mozart. Aquí está enterrado el Emperador Federico III, dentro de un impresionante sarcófago de mármol, y gran parte de los miembros de la familia Habsburgo.

El interior es sobrecogedor, fastuoso. Altos fustes elevan el techo al mismísimo cielo y el espacio interior esta preñado de arte sacro en cada esquina, pero no resulta cargante ni obsesivo. Tallas de gran precisión embellecen púlpitos y escalinatas. Es un edificio espléndido lo mires como lo mires.

Por cierto, no sé si sabéis, y sino ya os lo cuento yo, que la estatua de Santiago Matamoros de la catedral de Santiago de Compostela está semioculta en un lateral de su nave, y tapados con flores los moros que el caballo blanco de Santiago pisotea. Para no ofender. 

Pues bien, en el exterior de la catedral de Viena no se tiene ese complejo buenista, Una gran obra escultórica no deja dudas de la victoria cristiana sobre las armas otomanas. ¡Hasta el bigotazo del soldado turco, derribado por la cruz, tiene detalle!. Todo bien grande y bien visible, a la luz del día, donde todos pueden verlo. ¡Chúpate esa, Edorgan!

La Ópera merece otra visita detallada, un edificio que cuando se inauguró en 1869 fue duramente criticado, por moderno y fuera de lugar. Su arquitecto, Van Der Nüll,  sometido a un delicado bulling, no pudo soportar las críticas y se suicidó.

Y ya que estamos en la zona, es obligado pasar por el Sacher, su tarta de chocolate tiene merecida fama de ser la mejor del mundo. Fue inventada en 1832 por Franz Sacher, que por entonces era solo un joven aprendiz de repostería, para deleitar a un selecto grupo de invitados del Príncipe de Viena. Le dio tanta fama que es postre nacional de Austria y le permitió crecer en su negocio y fundar el hotel que lleva su nombre, y hasta hoy.

Si tienes tiempo y el clima acompaña, un paseo por el hermosísimo y delicado parque de la ciudad te relajara el espíritu lo suficiente para afrontar la orgía de puertos de montaña que nos esperan en los Dolomitas y Alpes suizos. 

Como apunte a pie de página, justo aquí (48.1354458, 16.3245158) tienes una macro-tienda donde conseguir cualquier cosa que un motero o su moto precise.

Halstaff y la huida a la montaña.

Huimos de Halstaff como alma que se lleva el diablo. Nos acercamos a esta villa atraídos por su fama de ser el pueblo más hermoso de toda Europa, ¡pero peligroso canto de sirena son estas calificaciones! 

No es que niegue su belleza, pero no tiene importancia si es bonito o no, no podrás verlo. No en verano por lo menos. Esta tan absolutamente masificado que tendrás prohibido entrar con tu vehículo, no podrás moverte y no podrás verlo ni disfrutarlo.

El desvío para llegar hasta aquí y la masificación del lugar hace que nos pille la tarde por la zona, de camino hacia Italia. Buscamos un hotel de montaña, en una de las innumerables estaciones invernales, que en verano están casi vacías. Lo suyo es escoger una pequeña y apartada. Eso nos deposita delicadamente en Steuer, aproximadamente aquí (47.516908, 13.446858). Paisaje, tranquilidad y buen precio, algo que en Austria es un auténtico lujo. !Ah! Y piscina, tenían piscina.

A los Dolomitas, nos vamos a los Dolomitas, verás que bien lo pasamos en los Dolomitas.

Entramos en los Dolomitas por Edelweisspitze y el espectacular, y caro, Grossglockner Hochalpenstrasse antes de dirigirnos, ya en Italia, al lago Misurina, para dormir, escapando de una tormenta, en Cortina d’Ampezzo. 

Verás que los Dolomitas tiene un áurea especial al atardecer. Sus cumbres tienen reflejos dorados, casi rojos, a veces de un tenue color rosa. Son las montañas rosas de los Alpes. 

En realidad, es un exquisito jardín que recibe los aires cálidos del Adriático, protegido por moles rocosas que parecen cinceladas por un titán griego y salpicado de pueblos de tradición tirolesa. Que no sabes si estas en la germánica Austria o en la latina Italia. 

Lo que hace únicas estas montañas es el color que adquieren al amanecer y al anochecer, un color dorado, o rosa, que hace único en el mundo este paisaje dolomítico. 

Aquí la ruta se abre en una telaraña de posibilidades, a cuál más atractiva. Corres el riesgo de convertirte en una suerte de Asno de Burinán, por no ser capaz de decidir cuál te gustará más. Busca carreteras pequeñas y acertarás. Al fin y al cabo, todos los pasos de montaña merecen la pena. Son muchos, suficientes para una vida. Paso Giau, paso Bordoi, paso Niger…Todos los que quieras o puedas.

Así hasta alcanzar Suiza por el Umbrailpass, aprovechando el cercano paso del Stelvio. ¿O será mejor virar al norte y entrar en Suiza por el Lago de Ressia, arañando Austria de nuevo? 

Lo hagas como lo hagas tendrás que seguir hacia el  suroeste, y eso te meterá de lleno en la montaña rusa de los puertos suizos. 

El paso de Fluela es el primer aperitivo serio. Siguiendo su estrecha y virada carretera verás a tu izquierda un enorme cañón tallado por glaciares antiguos que te hará sentir un enano. Para, siéntate y disfruta de la vista. Lo encontrarás en la N28 suiza, justo aquí (46.745913, 9.994015). 

El puerto del Overalpass, con su peculiar faro de color rojo intenso, sirve para abrir boca de la jornada y nos procura un calentamiento adecuado para los desquiciados pasos de Furka y Grimsel. Subes el primero, y en la cima el paisaje se abre ante ti, con el valle del Mutbach allá abajo, tan abajo que da vértigo. Te rodean montañas grandes como gigantes, manchadas aquí y allá de neveros y glaciares por doquier, en este estío tan cálido.

Y allí al fondo, ligeramente a la derecha, está el paso de Grimsel, escalando una pared vertical de tornanti en tornanti. 

Es un carrusel, un tiovivo. Es un tobogán loco e infinito para disfrutar sin pudor. El mismo Bond, James Bond (Goldfinger) se vino hasta aquí para disfrutar de su DB5

Gruyere y la nave Nostromo

Cruzando el Sanetsch Pass, llegamos a Gruyere. No venimos buscando queso, aunque queso comeremos, sí, pero no es ése el motivo. El motivo es el museo y el bar de Giger, el creador de Alien. 

Gruyere es un pueblo muy pequeño. Lo tienes visto con tan solo pasear por su única calle principal. Hay una fuente en el centro, siempre con flores, donde es habitual ver espectáculos musicales callejeros de alta calidad, y numerosos restaurantes y tiendas de recuerdos a su alrededor. No se permite la entrada de vehículos, por lo que deberás dejar tu moto en los parkings de la entrada y darte un paseo. Bueno, no siempre, si tienes reserva o te vas a alojar en el Hotel des Gruyeres puedes subir la moto hasta su parking privado. 

El pueblo tiene su castillo, sus queserías y sus restaurantes de fondue. Si untarte en queso fundido es lo que te apetece, en plan Asterix en Helvecia, este es tu lugar. Nosotros preferimos ir directos al bar fundado por Giger, el creador y diseñador de Alíen. 

Tenemos sed y una cerveza es lo que necesitamos, excelente la artesanal que tienen, la disfrutamos sentados en la silla de mandos de la nave del Alíen. Y gozamos del espectáculo del local, que es una muestra de la desesperada imaginación de Giger. 

Justo delante está su museo HR Giger, inaugurado en 1998, mucho antes que el bar. El museo está en un Château, un edificio que compró Giger para albergar parte de su obra. No puedes dejar de pensar que pasaría por la cabeza de ese hombre para imaginar tales cosas, su sección para adultos te pone los ojos como platos y es inevitable pensar cómo sería la vida de este hombre y su pareja. Por cierto, Giger murió de un accidente doméstico poco claro. No es algo que me sorprenda, visto lo visto.

Queso y Aliens, es una buena y extraña combinación.

Mont Blanc y el cruce de Francia

Desde Gruyeres, rodeando el lago Leman vamos directos a la cima de Europa. El Mont Blanc aparece ante ti en cuanto inicias la bajada hacia Chamonix. El turismo de montaña es muy abundante aquí, pero merece la pena buscar un mirador donde deleitarte con los glaciares perpetuos del techo de Europa, y seguir con la vista las trayectorias de los parapentes que juegan con las térmicas de la montaña, rozando los glaciares. No es este lugar para quedarnos. Tenemos que cruzar Francia y lo hacemos por carreteras secundarias que nos llevan de la mano al L’aubergue Chez Leon. Una agradable casita rural de la campiña francesa regentada por una señora que se encarga de todo y ofrece una tranquila estancia.

Y de ahí, caminito de Andorra con parada en el viaducto de Millau. El viaducto es un alarde de la ingeniería francesa. Su altura y su longitud le sitúan entre los mayores y más espectaculares del mundo, 2460 metros de largo y 343 metros en su punto más alto, donde el viento puede soplar a más de 200 km/h. Puedes pasar sobre él (de pago) o usar la carretera antigua y observarlo desde el valle. Creo que esta es mejor opción, si no tienes prisa, pues desde arriba el propio puente impide verlo.

Por fin, Andorra, a donde llegamos atravesando una niebla densa como la sopa.  Dos noches de descanso que no fueron tal por las fiestas locales, pero que sirvieron para hacer las inevitables compras de material nuevo. 

Epílogo

Cruzamos nuestra querida tierra picoteando lugares. Javier. Estella. El Balcón de Pilatos, sobre el valle del Ubaba. El valle salado de Añana (https://vallesalado.com), con sus 7000 años de historia, produciendo la sal de los mejores chefs 

Vamos camino de la Bañeza, ciudad de la moto, a dónde llegamos al atardecer del jueves 28 de julio, y donde nos encontraremos con Emilio Scotto y con Mónica, con los que habíamos quedado para cenar, y con Quique, claro. Que fue esta una buena cena con buenas charlas. Es un placer siempre escuchar a los maestros.

Al día siguiente saludamos a los amigos. Por allí pasó Roberto Naveiras, obispo de Aruba. Alicia Sornosa, siempre dispuesta a una aventura. Jorge Llana, con su humildad característica que oculta una sapiencia inmensa. Carlos Sánchez de Ráfagas contra la ELA. Lorenzo Colomo, cada día mas delgado. Gustavo Cuervo que no precisa presentación. Antonio Veciana, aquel pionero que en el año 1962 dio la vuelta al mundo con una Vespa, que si fuera sajón tendría un monumento, o se le pondría su nombre a una calle. Y tantos y tantos otros.

Fue un buen final de ruta, apresurado quizás, pues no pudimos usar todo el fin de semana como quisiéramos, Dani se queda aquí, nosotros nos vamos. ¿Qué otra cosa podemos hacer?. Tenetur ab opere.

Llegamos, la casa está caliente, el limonero encargado de los Gin Tonics, de al lado de la cocina, está casi agonizando y nuestras hierbas aromáticas, que con tanto cariño cuidaba Eva, muertas de necesidad. No llovió aquí en todo el mes de julio y nuestro pequeño Jumanji de la cocina lo ha padecido. La piscina tiene un color verde esmeralda y es un criadero de larvas de mosquito. Huele a casa cerrada. ¡Cómo cambia todo en solo 5 semanas!.

Bienvenidos al hogar, dulce hogar.

Fueron casi cinco semanitas de viaje continuo por la vieja, culta y siempre hermosa Europa. De las más humildes regiones a las más desarrolladas, con sus luces, que son muchas, y sus sombras, siempre necesarias. 

Europa, vieja y cansada, es una acuarela, un cuadro pintado con una diversa y colorida paleta de sensaciones viajeras. 

Toca recuperar la cordura, y eso es lo más duro de la locura. Mañana chollo.

P.S. Pronto volveremos a la carretera, así que… ¡punto para los locos!

PS: esta crónica ha sido publicada en la revista Motoviajeros en Noviembre de 2023.