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OCURRIO EN SANTIAGO

Ocurrió en Santiago. Casi sin avisar a pesar de estar advertido.

Imagina. El mirador de la Catedral de Santiago desde el paseo de la Herradura, a los pies de un inmenso eucalipto rizado (Eucalyptus globulus) que es patrimonio de la ciudad. Una mañana  de domingo, fresca, pero soleada.

De forma abrupta aquello se llena de gente ansiosa. Digo ansiosa, si, porque ansia de conocimiento tenían todos.

Nosotros, Eva y yo, llegamos tarde, 15 minutos tarde, y Él ya estaba allí, totalmente rodeado. Se protege con sus gafas de sol y sombrero estilo Borsalino. De esa manera consigue un cierto refugio que le es propio y puede, así escudado, enfrentarse a su misantropía con ciertas garantías. Me lo imagino luchando mentalmente contra su yo aspergeliano.

Se le ve bien. No es esta su salsa, pero chapotea bien en ella, con ademanes fluidos y actuando con paciencia infinita. Todos quieren su pequeña charla privada, y todos quieren una foto personal. Intentan un acercamiento que les haga individuos concretos dentro de una masa, que aunque afín, los diluye.

Fabián les concede esos minutiños, que hoy no son los del odio. Tiene tiempo para todos, y a todos les sonríe, y a todos manifiesta aprecio individual.

Es algo difícil de adquirir, esa individualidad, en un acto público. Pero él lo intenta. Y lo que es más grave, lo consigue casi siempre.

Toda esta gente se acercó a conocer a su mesías, a poner presencia a la voz ululante de un viejo lesbiano que grita sobre una roca desde una esquina del Mediterráneo. Y él se sorprende de que su grito sea escuchado por tanta gente. Parece claro que no es portador de la maldición de Casandra, se le cree cuando habla.

A toda esta buena gente la convocó, usando el subterfugio de una video-charla que versaría sobre su querida Rosalía.

Rosalía de Castro  puso voz  al alma gallega. Es nuestra poetisa por excelencia. Es la pena inmensa y resignadamente aceptada del inmigrante (…adiós ríos, adiós fontes..).  Es el grito y la ira calma del oprimido (… I estonces… estonces, cumpreuse a xusticia: eu, neles; i as leises, na man que os ferira.). Que ya lo dice el refrán, guardemos Dios del agua mansa.

Rosalía… es un buen motivo para convocar a la gente sensible. Y ese fue el argumento que usó Fabián para atraer a sus seguidores. Creo que podría haber usado cualquier excusa. Podría haber convocado a la gente diciendo que pensaba atusarse el flequillo allí en directo y seguro que acudirían igual. O no.

Tantos atrajo que se le fue de las manos. Aunque quizá no fue así. Quizá es lo que deseaba y no se atrevía a desear.

Y de pronto fui testigo de una magia inesperada. Por lo menos para mí, que soy una especie de indigente mental interpretando el mundo.

Desde la esquina donde me hallaba escondido lo vi todo, Eva puede confirmarlo. Se encaramó, con pasmosa agilidad, al respaldo del banco que con dificultad intentaba abrazar el enorme tronco del árbol bajo el cual estábamos. Y desde esa atalaya, habló.

Y estonces, estonces, se produjo la magia que yo, ignorante de mí, no creía posible.

Fuimos testigos de un evento asombroso. Lo juro. Yo estaba allí. Y lo vi. El sermón de la montaña tuvo que ser algo parecido.

La gente se calló y empezó un turno de preguntas que Fabián respondía desde su improvisado pulpito. Preguntas realizadas por gente amable, inquieta e inteligente, pero necesitada de que alguien confirmase sus pensamientos, o se los aclarase. Deseaban ver que no estaban solos. Que, en este mundo de ignorancia supina, en este mundo de superficialidad vacua, donde el más idiota y el más ignorante tienen acceso al inmenso megáfono que son las redes. Que en esta sociedad sin valores, AQUÍ aun queda esperanza.

Que si se puede, coño!, desde la rebelión personal, mejorar las cosas.

¡Que tribu más ecléctica se reunió allí! ¡Teníais que haberlo visto!. Todo el arco de las ideas más dispares tenía un representante allí, y todas buscando lo mismo. Inteligencia y cordura era la argamasa que los consolidaba como grupo.

Hubo preguntas de todo tipo, incluso absurdas y esas, en ocasiones, son las mejores. Que un hombre sabio aprende más de una pregunta absurda que un tonto de una respuesta sabia. Y no detecté yo tontos entre aquella muchedumbre.

Fueron casi tres horas de preguntas y respuestas que daban esperanza, que abrían ojos, que desarrollaban pensamientos y daban pie a más preguntas, y a mas respuestas.  Aquello brillaba como la escuela de Atenas, bajo el arco de la floresta del paseo de la herradura.

Estoy seguro que Rosalía sonreía desde las alturas, admirada por tan increíble acto.

Os lo aseguro, fue mágico.

Yo estuve allí y doy fe.

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