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Bukhara y la ruta a Samarcanda. Una nube y supositorios con ruedas

Bukhara y la ruta a Samarcanda. Una nube y supositorios con ruedas

 

Bukhara resultó una ciudad muy agradable,  su nombre viene del sánscrito, de la palabra vihara que significa monasterio. Cuna del islamismo sufí, sus madrasas tenían fama de ser las mejores de la antigüedad.

Ciudad comercial rica por estar encajada en plena ruta de la seda, fue asediada por el mítico Gengis Khan, allá por 1220. Su plaza central esta presidida por su gran minarete, denominado Kalon, símbolo de la ciudad. Desde el, además de llamar a la oración, se ejecutaba a los reos arrojándolos desde lo alto. En la plaza donde se encuentra, situadas enfrente uno del otro ,están los fastuosos edificios de la mezquita Kalon y la madrasa Mir I Arab, una enfrente a la otra. Compiten entre si en belleza, a base de maquillarse con repujados azulejos con tonos verdes, azules y malvas.  Compiten, pero ninguna gana. 

Una madrasa es una escuela coránica de educación superior, donde la ciencia y la filosofía se estudiaban bajo la atenta supervisión de la doctrina coránica. Eran universidades en la antigua cultura islámica. Educación superior de la buena. Hoy el termino de madrasa ha derivado al de escuela  coránica pura y dura, donde se memoriza el libro sagrado convirtiendo a  jóvenes en fanáticos religiosos a base de memorizar suras repitiéndolas de forma compulsiva hasta saber de memoria todo el libro sagrado. 

Pasear al atardecer por sus callejuelas reviradas, sus mercados callejeros, sus pequeños bazares, observando como los tonos de las fachadas cambian con la luz del sol resulta evocador. Seguimos inmersos en un sueño de las mil y una noches. 

Es bajar el sol y las plazas y las calles, se llenan de gentes, abren los mercados y zocos callejeros. Gritan y corren en alegre algarabía miríadas de niños sin preocupación alguna. Es vida de antes, de esa que estamos empezando a perder en nuestra cansada Europa. Persiste en esta ciudad una atmósfera medieval que lo impregna todo de un sabor extrañamente agradable. Son destellos de ese recuerdo ancestral que todos tenemos oculto en alguna esquina y que aquí aflora sin freno, feliz de ser reconocido.

La ruta a Samarcanda resulta fácil y corta en comparación a las etapas que llevamos realizadas, son 274 km hasta el Rejistán que haces por una larga avenida de cuatro carriles. Pero ojo, es una avenida, no una autovía, aunque en ocasiones lo parezca y te relajes. Aquí cualquiera puede cruzar trasversalmente la vía, los niños y adultos cruzan saltando la mediana. Hay mercados en los pueblos que ocupan los cuatro carriles, y carros de burros  en cualquier dirección. Mirada a lo lejos y paso corto. 

El riesgo viene, aparte de lo antedicho, por dos elementos típicos de la zona. Por un lado una especie de micro-furgonetas, con forma ahuevada y que funcionan como trasporte público, paran donde alguien levanta la mano y zigzaguean por el tráfico en busca de captar y dejar clientes. Su motor consume metano de una bombona que llevan acoplada a la base de su culo, son como micro-mecheros  cuyo objetivo es ponerte nervioso de forma constante. Se turnan, cuando te deshaces de una aparece otra y su presencia es constante, como tienen forma ahuevada actúan como si pudiesen meterse por cualquier hueco confiando en que deslizaran siempre entre los coches. Son como supositorios rodantes, metiéndose entre el tráfico sin lubricante alguno, dilatando los huecos que encuentran. A nosotros nos ignoran y nos apartan con desprecio.

El segundo elemento anti relax son las fosas. La carretera, bien asfaltada en general en esta ocasión, te regala de cuando en vez, unas fosas monstruosas, que sin venir a cuento y sin aviso previo, no señalizadas por los comisarios, se abren ante ti. No son muchas, pero son gigantescas. Están diseñadas para atrapar titanes. Si caes en una es difícil que te rescaten. Así que ya sabes, mirada larga y paso corto. 

Durante esta ruta nos hicimos amigos de una nube, que al vernos desvalidos, decidió acompañarnos durante un buen rato protegiéndonos del sol con su sombra. Su agradable compañía se mantuvo durante mas de un tercio del camino, ajustándose a él con precisión milimétrica. Al final tuvo que irse, y desapareció desgajándose en pequeñas nubecillas inútiles. Su forma era cambiante así que no se si la reconocería si la volviera a ver, en todo caso, querida amiga, que sepas que eres una nube muy bonita.  Y así, a media mañana con el sol apretando pero no cociendo  llegamos a nuestro hotel en Samarcanda. Intentaremos contratar un tour para mañana.

1 Comments

  • Peiko
    Posted 1 de julio de 2023 at 01:28
    4.6/5

    Ojo que estos supositorios no son como los de Bilbado!!!

    Responder

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